sábado, 6 de febrero de 2016

PELUQUERÍA

Paso por el portón de un garaje como cualquier otro. Pero está abierto -hace mucho calor- y adentro se revela como una peluquería con escaso mobiliario. En el sillón, un anciano serio, rígido, callado. Aclaro que la ancianidad para mí -que apenas soy un cincuentón largo- llega pasados los setenta y cinco. De pie, junto al sillón, otro anciano, de anteojos, que también callado, corta con suma concentración, con la vista pegada a la tijera. Quizá el cliente tema moverse y el peluquero equivocarse. O quizá ambos estén escuchando los ecos de sus antiguas conversaciones, que vienen flotando y acumulándose en ese garaje desde hace décadas. Llega un momento de la vida -supongo- en que ya se ha dicho todo. El resto es silencio, decía el bardo.

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