jueves, 15 de febrero de 2018

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Ya no estaba -no está desde hace añares- la imprenta. Atravesaba el zaguán y parte de la casa de mi tía se había convertido en un bar. Quizá una cervecería artesanal, de tantas que infectan un país de desesperados "emprendimientos", como los parripollos de los noventa, pero con más glamour. Un pasillo en forma de ele, donde algunas parejitas jóvenes adoptaban inequívocas posturas sexuales. Nada demasiado explícito, sin embargo. Pasaba por al lado sin que me llamaran la atención, a lo sumo me provocaban un ligero desdén, un remoto resabio de puritanismo. Doblaba la ele y al final del corto tramo veía una puerta antigua, de doble hoja, cerrada, delante de la cual se situaba una mesa con las cartas del menú. Trasponía la mesa y un mozo intentaba detenerme con la pregunta amable de si buscaba el menú. Hacía como que no oía (tantas veces en mi vida utilicé ese recurso para transgredir límites que se me pretendían imponer), abría la puerta que daba hacia el patio de mi tía e ingresaba en su habitación. Allí, en la cama, estaba mi padre en una extraña posición. Doblado sobre sí mismo, con la cabeza casi tocando el piso y los brazos abiertos en cruz. Su espalda vencida era enorme, me impresionaba. Me evocaba a Cristo. Podía estar desmayado o muerto. Prefería pensar que simplemente dormía.


lunes, 5 de febrero de 2018

EL LUGAR EQUIVOCADO


No se cómo caía en un tour en Birmania. Un señor mayor se lamentaba de viajar siempre solo. Una señora mayor me mostraba la habitación del hotel donde paraba con su nieto pequeño. Estaba absolutamente despojada de muebles, cama, todo. Sólo alfombras. Se lo comentaba y me decía que la anterior era peor. Abría los ventanales y me mostraba, según ella, la lamentable forma de vida de los nativos. Yo no veía nada distinto a un barrio humilde del conurbano bonaerense. Se lo iba a decir, pero el cuarto se convertía de golpe en el colectivo del tour. El conductor, que iba a guardar el vehículo, había arrancado sin percatarse que yo estaba arriba. Hacemos varias cuadras, hasta que llega a entender que debo bajar. Ahora estoy perdido en serio, no se dónde queda el hotel ni cómo se llama. Camino sin rumbo. Encuentro una comiquería donde venden bande dessinée. La chica que atiende habla castellano. Le pregunto por Los Primos Dalton. A pesar de la lengua común, me pide que se lo escriba. Lo hago. Después quiere saber el color de la tapa. "Ah, qué se yo!", respondo fastidiado.
"A quién se le ocurre venir a comprar historietas a Birmania!", se queja con razon la piba.