jueves, 19 de diciembre de 2019

CASI EROTICO

Voy cruzando la calle, cuando un colectivo le pega un brutal topetazo a un auto, que me alcanza a rozar de costado.
El impulso me tira contra una farmacia situada en la ochava de enfrente, con las puertas abiertas de par en par y con el piso regado de recetas.
Cuando logro estabilizarme pido disculpas por la entrada intempestiva, pero la farmacéutica minimiza el hecho frente a otro de aparente mayor importancia:
-¡No sabe lo que acabo de ver en la internet!- exclama.
-¿El precio del blue?- pregunto yo, casi divertido.
-¡Espere, espere, ya va a ver!
Y me muestra un monitor antediluviano, reiniciándose.
Una clienta se interesa en el tema y se pega a mí en el mostrador.
Observo como empiezan a cargarse lentamente las noticias del Google
-¡Espere, espere, ya va a ver!-, repite como un loro la farmacéutica.
Me aburro de esperar y le digo que mejor lo busco yo mismo en el celular, en el portal de Clarín.
-Yo nunca puedo entrar en Clarín- se queja entonces la farmacéutica.
Allí tercia el farmacéutico, que hasta ahora no había aparecido -hombre muy alto, de lustrosa calva e impecable guardapolvo-: 
-Yo siempre entro en Clarín...
-¡Porque navegarás de incógnito!- le espeta furiosa la farmacéutica.
En tanto, intento infructuosamente navegar en el móvil.
Mi vecina de mostrador, cada vez más pegada a mí, me imita, pero con envidiable destreza.
-¡Mirá, mirá!- me dice, mientras indica alborozada una imagen que acaba de encontrar y de inmediato coloca de fondo de pantalla.
La mía en cambio se ha llenado de puntitos blancos sobre un negro absoluto.
Pulso desesperado los puntitos, a ver si cambia algo.
-Manejás el celular como un viejto, pero tenés deditos muy hábiles-, me sorprende, pícara, la clienta.
Ahí reparo en que debido a la proximidad, los movimientos de mi mano le habían desprendido involuntariamente los botones de la blusa...
La farmacéutica por fin ubica la noticia que buscaba, se alarma del agravamiento de la situación, y decide cerrar las persianas de la farmacia.
Todo se oscurece.
Yo evalúo un segundo a la dama que tengo a mi lado y me sonríe, mirándome fijamente.
Me excuso por mi torpeza, como buen caballero.



domingo, 15 de diciembre de 2019

INFRACCIONES


Un auto estaciona frente a la ventana de mi departamento.
Que no es departamento alguno que sea o haya sido mío, ni siquiera que conozca.
Se me ocurre por primera vez que resulta muy curiosa esa irreverencia del sueño con la ley y la sarta de requisitos registrales que hacen al derecho de propiedad. En el sueño cualquier lugar es nuestro, así, de golpe, de facto, sin que medie dinero ni papelerío ni escribano ni nada. Aparte nadie viene a disputarte la posesión. El sueño es una de las formas más perfectas de socialismo que existen.
Vuelvo al auto.
No queda estacionado en la vereda, aclaro, sino contra la ventana misma, en un tercer o cuarto piso, sobre una especie de viga.
No alcanzo a preguntarme como llegó ahí, que veo otros autos estacionados de igual manera en los departamentos vecinos.
Como ocurrió con un sueño anterior, corrijo el argumento para que no me brinde la explicación fácil de una rampa o algo por el estilo (descubrí hace poco, después de esa experiencia, que existe algo llamado "sueño lúcido"... no en el sentido de ser consciente que se está soñando, lo cual es común, sino de guiar al sueño). Prefiero, decía, el misterio.
Se me ocurre que sería muy fácil abrir la ventana y empujar el coche al vacío. Y que no tendría penalidad por hacerlo, dado que el espacio que ocupa es indebido. Pero me abstengo.
Me pregunto qué significa y no tengo respuesta.
Sigo soñando entonces con estacionamientos anómalos, hasta que llego al sentido: se trata de dejar mal parado a otro.
Es un dilema, justamente, que debo resolver mañana temprano.


domingo, 8 de diciembre de 2019

GUIANDO AL SUEÑO

Dormiste mucho, pero decidís no despertar hasta que no hayas soñado ese sueño.
Cuando por fin empieza lo vas guiando, no vas a permitir que se dispare hacia donde quiera.
Subís lentamente los escalones de esa casa que hace décadas no pisás, que dejó de ser tuya para siempre.
Notás que la están restaurando, que se están dedicando a barnizar los zócalos de madera con un caoba de los antiguos.
No tiene que ser cualquiera quien esté a cargo del trabajo, no querés sorpresas desagradables.
Empezás a recorrer los ambientes desiertos y aparecen sensaciones dormidas en otros tiempos.
Cuando llegás al último, al más íntimo, no encontrás a quien suponías o esperabas, pero la persona que te recibe te dedica un abrazo cálido, que no es de reconciliación, sino de llanto por el mundo  definitivamente perdido.