jueves, 29 de noviembre de 2018

LISTA

El pintor está en casa trabajando y me pide que le compre algunos elementos que necesita. Voy a una ferretería con la lista por él confeccionada, en la que le insistí consignara hasta la menor especificación, porque odio que me exijan detalles sobre lo que desconozco por completo, cosa que suele suceder en estos rubros (listas incompletas, solicitud de aclaraciones, desconocimiento de uno, que se siente un simple cadete).
En la ferretería leen el papel y sin hacerme ningún tipo de preguntas, me entregan unas maquinarias extrañas. Pero me dicen, eso sí, que no tienen los dos primeros ítems que figuran en el papelito.
Recorro tres ferreterías más, lo mismo.
Recién en la cuarta leen la lista y se disponen a buscar lo faltante.
El ferretero regresa con una barra de panceta ahumada y otra de queso. Coloca la panceta en la máquina de cortar fiambre y comienza a calibrarla. No entiendo. Le pregunto si es eso lo que me anotaron. Me contesta que sí. Y me explica que mi electricista debe ser uno de los pocos que saben que la panceta ahumada y el queso son excelentes aislantes de los cables de exterior.
Replico que quien me pidió esos materiales es un pintor, no un electricista.
-Ah... entonces los querrá para hacerse un sándwich -concluye el ferretero, mientras corta el fiambre.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

INQUISIDORES DE HOTEL

Habíamos parado con mi mujer en un hotelito medio pelo, tres estrellas, pongámosle, de un pueblo de provincia.
No bien acreditados, dejábamos las valijas y salíamos. Por alguna razón yo regresaba. Debía subir a la habitación, y no recordaba dónde quedaban los ascensores. Por fin ubico uno. Al abrirse, veo que es muy estrecho y le cedo el turno a una señora de la limpieza que estaba también esperando. Se niega rotundamente. Termino tomándolo yo, y enseguida me doy cuenta que se trataba de un ascensor de servicio que sólo conduce a los sótanos. Decido bajar ahí y me cuesta encontrar la escalera para volver al lobby. Cuando llego, advierto al costado de la recepción un kiosco, y detrás de éste, lo que parecen ascensores. Sortear el kiosco no es tarea fácil, el pasillo resulta ser ínfimo. Desemboco finalmente en una estación de trenes o de subte, un espacio abierto, amplio, pero no tanto como las grandes estaciones de Europa, pienso. Constato que los ascensores no pertenecían al hotel. Regreso al hall principal, y un joven botones me exige explicación sobre mi conducta, que juzga sospechosa. Enseguida se acerca un guardia, y con más tacto, me interroga sobre qué hago ahí. Me indigno, les espeto que soy un huésped al que se le está faltando el respeto. Me pregunta entonces el número de habitación, y recién cuando se lo digo, interviene el conserje pidiéndome que me calme, que no me enoje con ellos, que había sido él quien los había mandado a preguntar. Le lanzo una filípica al muchachito sobre su ensoberbecimiento. "Así no vas a llegar muy lejos en la vida", le advierto. El guardia -que pareciera ser el padre- lo toma del hombro y lo aleja. Sigo con el conserje, interpelándolo por el motivo de la persecución. "Y... No es para menos -contesta-. Perfumes importados, un tapado de piel...". Ya mi enojo es imparable. Le contesto a los gritos que sí, que viajamos a Europa y que mi mujer suele traer de allí perfumes y ropa, y que de todos modos qué tiene eso que ver, que estuvieron revolviendo nuestras cosas, violando nuestra privacidad. Sin embargo, se que la verdadera causa del incidente está en otro lado. Le pido que me diga la verdad. "Sabe qué pasa? -confiesa- que como usted andaba dando vueltas...". Justo en ese momento localizo visualmente los ascensores, lo que me evita revelarle que los estaba buscando.