jueves, 31 de diciembre de 2020

EN UN BOSQUE, DE LA CHINA...

Voy caminando por un extenso baldío, casi una quema, y de pronto, detrás de un montículo de basura veo a José, el chino del súper, luchando contra dos mastodontes de la maffia china. Les grito que lo dejen. No se qué cosa me contestan en chino y se lo llevan a la fuerza.

Los sigo sigilosamente. Se detienen frente a un muro semiderruido, en cuyo centro se abre un hueco a otra dimensión. Entiendo -no sé cómo, porque siguen hablando en chino- que obligan al pobre José a arrojarse por el hueco. Si es sano de espíritu -le dicen- resurgirá indemne por el mismo lugar. De lo contrario, aparecerá allí una abominación inimaginable.

El pobre José desaparece por el agujero negro. 

Los chinos maffiosos esperan que se produzca uno de los dos prodigios.

Escondido, yo también aguardo.

No pasa nada.

Los chinos maffiosos se cansan y se van.

Yo me quedo un rato más, pero al final me aburro y sigo viaje.

Voy caminando por el centro de Zárate, pensando en el cruel destino de José, cuando enfrente del diario El Debate (la continuación de Avellaneda, que ahora no me acuerdo cómo se llama, casi esquina Rivadavia) veo a Xiu, la china del súper, esposa de José, marchando con pasitos cortos, encogida de hombros, llorosa.

Me cruzo y la abordo, le doy mi pésame.

Me cuenta entrecortada, en su castellano básico, que lo sucedido responde al ritual sintoísta de los japoneses, difundido a través de un programa de televisión de trasnoche, igual que el de los evangelistas acá. Allí se predica la autoflagelación, me informa, mientras me muestra sus blancas piernas laceradas (Xiu siempre usa pollera, debo acotar).

Tengo el impulso de rodear su hombro con mi brazo, pero lo reprimo.

No sé cómo puede tomar una china semejante gesto.