jueves, 29 de julio de 2021

ANUNCIACIÓN

El primer suceso acaeció esta madrugada, cuando mi hijo tenía cinco años.

Él y yo sabíamos de la visita del Mesías. 

No una visita genérica, a la humanidad. Nos venía a visitar exclusivamente a nosotros dos, a nadie más.

Obviamente debíamos mantenerlo en secreto, hasta de mi mujer.

La anunciación la había dado, como corresponde, un ángel que adoptaba distintas formas.

Cuando vino esta última vez, acompañando al Mesías, se había convertido en nuestro perro.

Y el Mesías tenía la apariencia de mi hijo.

Alegaron que era para que mi mujer no sospechase nada, en el caso que los viese.

Mi perro salió a saludarlos y mi hijo estaba junto a mí, de modo que se duplicaban, por lo que me pregunté si era buena idea el camuflaje. Pronto veremos que no.

Empecé a charlar con el Mesías. La única diferencia con mi hijo eran unos ojos increíblemente celestes, tan celestes que herían.

Algo de la charla me hizo dudar –como a Hamlet- si no se trataba de un engañoso espíritu infernal.

Veladamente indagué, pero el Mesías-hijo cortó de cuajo cualquier suspicacia levantando el pulgar en señal de OK.

En ese momento algo me llevó a mirar a mi hijo verdadero, que también parecía desconfiar, y cuando volví la mirada a su doble, me estaba haciendo cuernitos.

Ahí entré ya en el territorio de la franca sospecha, que terminó de confirmarse con la irrupción de mi mujer que había bajado al baño (nuestro dormitorio se ubica en planta alta).

Somnolienta, hizo un primer registro del grupo y pareció que iba a seguir de largo. Pero enseguida advirtió que el fenómeno de duplicación no era producto de la duermevela, y pegó un grito ahogado.

El ángel-perro se transformó al instante en una alargada figura vagamente humana, toda de negro hasta los pies vestida, como el rey Felipe II, según Machado.

Pero lejos estaba éste de guardar la dignidad de un monarca, ya que rápidamente tomó a mi mujer por detrás, tapándole la boca.

En un último intento por sostener la apariencia beatífica, el Mesías-hijo me susurró: 

-Es necesario acallarla, entenderá. Habíamos quedado en que nadie más habría de saber de nuestra presencia.

El fulgor de sus ojos parecía ser un rayo que me atravesaba.

Decidí que ya no era momento para diletantismos acerca de naturalezas angelicales o demoníacas y pasé a la acción.

Acogoté al Mesías e intimé al ángel negro a que soltara a mi mujer, de lo contrario estrangulaba ahí mismo a su secuaz.

La amenaza surtió efecto.

Le ordené a mi hijo que abriese la puerta de calle. Tuve que repetir la orden, pobrecito, estaba como paralizado, tanto que había esperado al Mesías y mirá...

Por fin arrojé a mi falso hijo a la calle y tras él corrió la sombra negra.

Les grité:

-¡No vuelvan por acá, farsantes!

Mi perro, solidario, les ladró.

Cerré la puerta. 

Debía enfrentarme ahora a las preguntas de mi mujer.