domingo, 28 de febrero de 2016

DURKHEIM

Fatal crepúsculo de los domingos 
feriado puente de suicidas 
en vías de tren de anochecer 
sólo un amor podría salvarte
y no te atiende no está 
en ninguna guía de teléfonos



miércoles, 17 de febrero de 2016

TIO EMILIO

Anoche vino Tío Emilio a reprocharme una sarta de pavadas. Que yo lo había empujado decía. Eso es mentira. Aparte, pasó hace casi cincuenta años. Yo tendría cuánto...? diez, once? Y él cerca de los setenta, porque había nacido en el siglo pasado. No, me corrijo. En el siglo pasado, ahora, nací yo. El había nacido a fines del XIX. Increíble que yo haya conocido a alguien que nació dos siglos antes, y que encima fuese mi tío. Mientras escribo esto, recuerdo que hace tiempo ya había escrito al respecto. Uno empieza a repetir las cosas. Pero -me atajo- no es síntoma de vejez en tanto uno se acuerde que ya lo dijo. Como sucede en este caso, que lo busco, lo encuentro, y lo reproduzco acá:

“Ahora es común, pero cuando yo era pibe resultaba curioso conocer a alguien del siglo anterior. Mi tío Emilio era un personaje curioso. No sólo por haber nacido en 1898. Sus excentricidades varias -al igual que las de cada uno de mis tíos- darían como mínimo para un cuento. Acá sólo me voy a referir a una. Tío Emilio era bajito, y caminaba encorvado, mirando el piso. Además, si bien yo lo conocí jubilado, había sido sastre. Todo esto redundaba en que anduviese siempre cerca del suelo y que tuviese el don, además, dado su oficio, de fijar la atención en objetos pequeños. El cajón de su mesa de luz -y en esto radica la excentricidad anunciada- estaba repleto de porquerías recogidas en la calle: medallitas, cadenitas, hojas sueltas de una Biblia, chapitas de Crush, etc. Hace un rato, bajaba del auto y vi tirada en un charco, junto al cordón de la vereda, una letra de metal. Calculo que se debe haber desprendido de algún Ford, o Rambler, o cualquier coche antiguo cuya marca llevase la ere. La recogí, la limpié, y ahora luce en un estante del altillo. In memorian Tío Emilio.”

De alguna manera, pienso, estoy cumpliendo el propósito que me surgió hace tiempo. Lo de escribir un cuento con mi Tío Emilio, digo. Aunque no estoy seguro que esto vaya a ser un cuento. Porque lo que en realidad yo quiero, es aclarar que lo del empujón no fue como él lo contaba anoche. En principio, mirá si un pibe de diez años iba a empujar a un viejo con bastón, menos en esa época. No sé si me voy a considerar viejo a la edad que tenía Tío Emilio cuando ocurrió ese incidente, que no me falta taaanto para llegar... pero Tío Emilio era viejo en aquel entonces y lo fue siempre. Lo recuerdo invariablemente como en ese fragmento que escribí hace tiempo y ahora reproduje acá, es decir jubilado, bajito y encorvado. Y con bastón, agrego ahora. Lo del bastón lo tengo muy claro, porque el día que ocurrió el incidente, me lo revoleó, amenazante. Claro, de eso él se olvida. Yo anoche le decía: “Vos me amenazaste con el bastón”, y se hacía el desentendido. Tal vez no me oyó, porque también era medio sordo. O usaba su sordera, según le conviniese. A medida que voy escribiendo, voy recordando otras características de Tío Emilio. Se sabía entera, de punta a punta, “La leyenda del mojón” y nos la recitaba a mí y a mi tía Lola, en las nochecitas de invierno, al lado del calentador Primus, en la cocina del caserón de la calle Avellaneda, antes que llegara mi tío Ramón con el que Emilio estaba peleado, lo mismo que con mi tío Felipe. Y sin embargo convivieron en la misma casa durante cerca de 50 años, sin hablarse. 50 años, dije. Cruzándose diariamente. Sin hablarse. Si necesitaban decirse algo, in extremis, lo hacían mediante mi tía Lola, que oficiaba de lenguaraz. Todos eran hermanos entre sí, pero para los recados a través de mi tía, usaban la fórmula: “Decíle a tu hermano...”. Recalcando que el otro sería hermano de ella, en todo caso, pero no propio. Sin embargo, un día, a principios de los ’70, calculo, mi tío Felipe apareció en la cocina -que era feudo de Emilio más que de ningún otro, siempre sentado en la silla de paja, vigilando la puerta, de frente a ella, al lado del fogón, donde comía, porque la mesa era patrimonio de mi tío Felipe y mi tío Ramón, que se aposentaban ahí sólo a la hora de almorzar o cenar, pero todos en distintos horarios- ... Felipe llegó a la cocina, decía, y le descerrajó a Emilio, así, sin anestesia: “Emilio, tenés un cigarrillo?”. Y Emilio se lo dio. Puedo afirmar que soy el único testigo vivo de ese acontecimiento histórico entre los dos hermanos viejos y solterones. Una pregunta, que en cualquier otro contexto hubiese resultado banal, sonó como un estallido que resquebrajase el muro de un silencio ancestral y hosco. Pero volviendo al recitado de tío Emilio, que también rompía el silencio de la tardecita/noche invernal y de lluvia, hay que decir que era más que necesario en una casa sin radio ni televisión, apenas con el atractivo de la Patoruzú que compraba semanalmente mi tío Ramón y que me pasaba después de haber leído, aunque ésa ya es otra historia. Puedo ver a mi tío Emilio, frotándose las manos sobre las llamas del calentador, mientras decía el poema gauchesco del oriental Juan Pedro López, cuyos versos cuentan la historia de un cornudo asesino, en definitiva. Claro que para mí, de chico, era una revelación aquel poema y el recitado emotivo que hacía tío Emilio, sobre todo en el final (yo mismo, poco después, quizá influenciado por él, empezaba a recitar en los actos de la escuela, e incluso estuve por ir a aprender declamación). También me asombraba la capacidad casi circense de mi tío, de pasar las manos por el fuego -literalmente- sin quemarse. Al parecer, su oficio de sastre se las había curtido de una forma que las hacía insensible a todo. Una suerte de invulnerabilidad, tipo súper héroe, localizada. Quizá Emilio era el que más simpatía me despertaba de todos mis tíos. No el que más quise, porque creo que ése fue Ramón, con el que tenía una relación de amor-odio. Pero sí el que me caía mejor. No obstante con tío Emilio tuvimos aquél encontronazo, que anoche vino a reprocharme, y que contaré en otra ocasión, porque ya es muy tarde, me está ganando el sueño, y es posible que vuelva tío Emilio, para seguir la discusión que también quedó inconclusa, de modo que si contase todo ahora, tampoco estaría, en rigor, contando todo. Buenas noches.

martes, 16 de febrero de 2016

LO QUE MATA ES LA REALIDAD, NO LA CALOR


Hoy hice una nueva excursión a pie al centro platense, en medio del abrasante (el nuevo slogan acá es "La Plata, ciudad que abraza") del mediodía. Salí de casa once menos cuarto y regresé casi cuatro horas después. Al llegar me pesé y había perdido un kilo. Claro que no todo fue trámites. En medio de oficinas, bancos y tribunales, hice tiempo para correrme hasta dos librerías de viejo.

En la primera tomé fotos de dos maravillosas tapas de don Lino Palacio, que como ya repetí varias veces, nunca deja de asombrarme. Una de ellas tiene la particularidad de ostentar título. 






También me encontré ahí con unas Billiken de principios de los '80, etapa en que se volvió a publicar bande dessineé. En esa época, con la excusa de comprarla para mis hijas, me devoraba las historietas, sobre todo los capítulos auto conclusivos de Arturito, provenientes de Pif. Me traje tres.




Camino a la otra librería vi en un kiosco el tomo dedicado a Gambartés en una colección que sacó La Nación el año pasado. Es un pintor que me fascina, no tenía nada de él, y estaba con el precio congelado en medio de la calor, así que lo compré también.





Llegado al otro local, no encontré nada de viejo que me interesase, pero le saqué foto a esta original portada de Humor que referencia a Patoruzú y que se me hacía en un principio con toques de Forín, tipo las de la Humi, pero me apuntaron Nine, y es probable que tengan razón. Lo cierto es que no es de Cascioli.



Ahora resulta que a raíz que me llevé Noches Blancas a Mar de las Pampas, y que mi mujer, una vez que lo terminé, también lo agarró para leer, empezamos a hablar de Dostoyevski. Yo le contaba que lo había descubierto en la adolescencia -junto con Arlt- y que me había deslumbrado. Pero que si bien volví muchas veces, a través del cine o la televisión (y hasta, creo, la historieta) a Crimen y Castigo, nunca más lo releí, como tampoco a Los hermanos Karamázov. Mi mujer no conocía estas novelas, así que quedamos en comprarlas, porque andá a saber en qué biblioteca mía se perdieron para siempre en el tiempo, o cayeron en las manos rapiñosas de mi hija mayor, lo que es peor. Anduve, desde la vuelta de las vacaciones, viendo precios que iban desde los 500 mangos, hasta los 60\70 de estos que finalmente adquirí en la segunda librería de viejo. 




La letra es chiquita, eso sí. Pero últimamente me vengo entrenando en la lectura con lupa, como hacía mi tío Felipe con el diario, en el antiguo kiosco Ramón de la calle Justa Lima, en Zárate. Los clientes tenían que esperar que él terminara el artículo que estaba leyendo, para que los atendiese.

En fin...son estas cosas las que ayudan a sobrellevar la existencia . No las oficinas, los bancos, o tribunales. Los diarios menos, por supuesto.

jueves, 11 de febrero de 2016

CARTONEANDO

Siempre es beneficioso ir al centro caminando. Aparte de mantenerme en forma, ahorrar nafta, estacionamiento y malas sangres varias, me permite ver cosas que no vería en auto. Por ejemplo, este Auster en la librería de viejo donde hace poco encontré la novela de Highsmith, que ya estoy terminando. Lucía marcado F y el librero respetó el F o sea 50 pé, aunque para mí en el orden alfabético serían 60, claro que no me voy a poner a discutirle. Una porque me conviene y otra porque tengo la tara de no haber aprendido nunca del todo bien el abecedario. No es mi única tara, confieso. Tampoco se distinguir derecha izquierda ni andar en bicicleta. Listo, lo dije. En todo lo demás soy bastante superior al promedio de los humanos vivos. La cuestión que el libro me terminó saliendo 45 y con otro de yapa. Porque andando por el bulevar de 51 me encontré tirado entre un montón de basura esta edición baratita nacional y popular de Girondo, que hace una década ganada el gobierno encargaba a las editoriales para distribuir gratuitamente en las escuelas. Y adentro del volumen había un ticket de peaje a la costa reciencito, con el vuelto de 5 pé, que alguien dejó olvidado porque, claro, en la Revolución de la Alegría todo el mundo despilfarra alegremente. Hablando de olvidos, alguien de la concesionaria de Saladillo, donde estuvo el auto el viernes pasado para el service, se olvidó un martillito que encontré recién hoy, cuando lo saqué de la cochera, de vuelta de la caminata. Al estacionarlo frente a casa -y ya que mencioné la basura- noté restos de bolsas de residuos en la calle con asquerosidades como pescado podrido y pañales cagados. Me ocupé, con infinito asco, de juntar todo. La Plata sigue muy sucia. No saqué foto de lo último, sería de mal gusto, supongo igual me creerán... y si no, tampoco me desvela. Por otra parte, si alguien esperaba que cierre con alguna metáfora, lo siento, hace mucho calor, la dejo a criterio vuestro.

martes, 9 de febrero de 2016

CHUSMA

-Pelado, qué calle es ésta?

Te lo pregunta un flaco de unos cuarenta y pico, onda porteño canchero, pero ya para el lado de Villa Luzuriaga, que venía a los pedos en un Fiat desvencijado, hablando por celular, y frenó un poco en la esquina, pero no acercándose al cordón, sino en el medio de la calle, cuando vos todavía estás a varios metros. 
Te lo pregunta a los gritos, claro, y haciendo un gesto expansivo, repetido y rápido, a derecha izquierda, con el brazo fuera de la ventanilla, en dirección al asfalto, graficando así que se refiere a la calle por donde está transitando él y no yo.
Debe haber gente a la que no le importa que la interpelen de esa manera. Más aún: que le caiga simpático el apelativo chistoso de "pelado", cuando rebosás de pelos por todas partes, como es mi caso. No es mi caso, lo siento. No me cae simpático, quiero decir. Menos aún cuando recién me levanto, compruebo que no tengo nada para desayunar, tengo que salir a comprar y encima hace un calor de cagarse.
Le contesto secamente que no se.
El flaco se sorprende, atina a empezar una ironía con "Ah, no sabe...?", pero no hace tiempo a seguirla, porque del almacén de la esquina se asoma una gorda con bolsa de los mandados, que con voz chillona y a los gritos, como el otro, le da la información que pide.
El flaco agradece excesivamente, para contrastar con mi actitud, y retoma la agresión en mi contra, mientras el Fiat sigue la marcha: "... y en qué ciudad vive usted? en Buenos Aires?".
Yo para entonces había doblado la esquina en sentido contrario del que iba el tipo, pero no me había alejado tanto como para no mandarlo a la concha de su madre y que me oyera, que fue mi primer impulso, pero lo refrené para no empezar el día peleando.
Cruzo a la panadería. Hay un señor mayor terminando su compra. Se demora con la panadera en una conversación que al parecer tiene que ver con cierto estado confusional del viejo, porque ella lo carga diciéndole que lo tiene trastornado la calor. Yo a mi vez, que hace unos días vengo con la idea de comer tortitas negras (incluso fui en Saladillo a comprar antes de ayer para el mate y no encontré), las veo y están lindas, esponjosas como me gustan y las hacen ahí, a la manera de antes. Pero dudo un momento hasta que me digo que no, que ahora no tengo ganas, y busco con la mirada otra cosa que comprar. Pregunto a la panadera si tiene galleta marinera, me muestra unas alpargatas que son sin sal. Consulto si no hay con sal. No, no hay. Finalmente me decido por ésas. Pago, me da el vuelto. Vuelvo a cruzar, me dirijo ahora al almacén por donde pasé antes.
Todo este interregno lo cuento con el objetivo de dar una idea del tiempo que transcurrió entre mi llegada al otro comercio y el episodio del falso porteño de Villa Luzuriaga.
No va que cuando entro la gorda de voz chillona, sigue comentándolo?
-El hombre le preguntó la calle, estaba arriba del auto, no iba a asaltarlo...
Nuevamente refreno el impulso de echar una larga parrafada acerca de que no es la sensación de inseguridad o seguridad que me transmiten los demás la que guía mis reacciones, sino una escala de valores más amplia que la de la gente que pierde su tiempo en cotilleos barriales, como sería el caso de la señora.
No creo que se haya dado cuenta que yo entraba, estaba yéndose de todos modos, en mutis triunfal y satisfecho de haber demostrado quién era "gente" y quién no. O sea que el tema concluyó ahí.
Me adentro en el almacén, que es chiquito, pero siempre me cuesta encontrar lo que busco, ergo tardo el tiempo suficiente como para que, cuando llego a la caja, agarre empezado otro tema. Inmediatamente lo identifico como referido a "lo caro que está todo" o a que "todo se fue por las nubes", frases que me juego la cabeza en algún momento se pronunciaron aunque yo no las haya oído.
Lo que escucho al llegar a la caja es a la almacenera repetir dos veces "yo lo voté", pero como diciendo "ojo al piojo, que no soy ninguna paparula y ahora vas a ver por qué". Efectivamente, después de aclarar que en las primarias su preferencia cívica había ido a Massa, continúa con un tercer "yo lo voté..." y enseguida: "...pero a lo que tenía miedo era justamente a ésto".
Casi me sale de los labios, te juro "y entonces para qué lo votaste vieja pelotuda???". Pero los apreté fuerte.
Tercera represión de la mañana. 
No quita que sea un tipo jodido, lo se.
Y el día no arrancó bien.


POSTALES SALADILLENSES

siesta de pueblo...

conmovedora la dedicación puesta en el marco de los anteojos y la traba de la corbata...

el almacén de la esquina
es noche en Saladillo...

es noche en Saladillo...

es noche en Saladillo...



portal

nevada mortal en Saladillo

el galponcito del fondo

zaguán


lunes, 8 de febrero de 2016

BARCELONA

Un perro ladró toda la noche. Me desperté muchas veces. Dormir entrecortado, se sabe, favorece la retención de los sueños. Estaba charlando en un bar con un señor a quien no conocía y de refilón veo un diploma o algo así,  que había dejado sobre la mesa. Constaba allí que viajaría en junio a un congreso en Barcelona.  "Qué lindo! Barcelona!", exclamé. El buen señor, un tanto retórico, me preguntó si me gustaba. "Me maravilla", contesté. Entonces, el otro esbozó una sonrisa, casi para sí, casi íntima, que denotaba las veces que había escuchado ese comentario, al tiempo que revelaba que a él no era una ciudad que le gustase tanto. Ya no me asombran las propiedades dramatúrgicas del sueño. Uno sabe que en la duermevela convierte jirones de imágenes en hilados argumentos. Pero ese gesto sutil, evanescente, riquísimo en expresividad, era de exclusiva autoría onírica. El sueño, a veces, es un eficaz laboratorio de animación.


sábado, 6 de febrero de 2016

PELUQUERÍA

Paso por el portón de un garaje como cualquier otro. Pero está abierto -hace mucho calor- y adentro se revela como una peluquería con escaso mobiliario. En el sillón, un anciano serio, rígido, callado. Aclaro que la ancianidad para mí -que apenas soy un cincuentón largo- llega pasados los setenta y cinco. De pie, junto al sillón, otro anciano, de anteojos, que también callado, corta con suma concentración, con la vista pegada a la tijera. Quizá el cliente tema moverse y el peluquero equivocarse. O quizá ambos estén escuchando los ecos de sus antiguas conversaciones, que vienen flotando y acumulándose en ese garaje desde hace décadas. Llega un momento de la vida -supongo- en que ya se ha dicho todo. El resto es silencio, decía el bardo.

martes, 2 de febrero de 2016

SONIDOS DE LA CALLE

Elijo ir al centro caminando.

50 entre 9 y 10: un muchacho y una chica charlan parados en la vereda. Oigo al pasar que él dice: “…y echaron a 35 compañeros… así, a la matanza…”
No se refería a la localidad, me pareció, sino a las vacas, a los mataderos.

50 entre 8 y 9: un tipo mayor con una sola mano y dos piernas ortopédicas, que maneja por la calle un vehículo tipo motito para discapacitados,  aparentemente fue rozado por una mina que va en un Peugeot gris. Discuten.
Que quién tuvo la culpa? Voy de nuevo: una mina joven que maneja un Peugeot gris apostrofa a un señor mayor manco y sin piernas. Se entiende ahora?

Esquina de 50 y 7: Manifestación de ATE. Un dirigente, por micrófono habla de los despidos vinculados a Derechos Humanos. Poca gente. Cortan el tránsito.

7 y 48: Debido al corte de dos cuadras más arriba, hay embotellamiento en el semáforo. Entre los autos parados, brillosos al sol,  emerge contrastante una silueta opaca y delgada, montada en una bicicleta negra con canastito gris detrás. Sigue camino sorteando obstáculos mientras se queja volviendo la cabeza de la maniobra de algún conductor que seguro lo habrá encerrado. En su rostro aparece algo más que enojo circunstancial. Se le nota la suma de humillaciones.

Plaza Malvinas: Vuelvo a casa, me encuentro con el dueño de la pañalera de la esquina que acaba de cerrar el negocio. Me señala un árbol alto, y me comenta que toda la mañana estuvo escuchando el canto de un pájaro no frecuente en el barrio.  Identifico el ave. El vecino cree que se trata de un búho o lechuza. No me parece, le digo.
Por un momento pienso que está muy bien que alguien se dedique a distinguir el canto de los pájaros y que tengamos esa apacible charla de vecinos.
Pero el bicho de golpe sale volando. Es grande, tiene rayas en las alas, y pertenece, sí,  a una especie rapaz o carroñera.  El canto no es tal, más bien se asemeja a un graznido.

La conversación, entonces, deja de ser isla, pasa a ser parte del todo, se funde en los ruidos.

lunes, 1 de febrero de 2016

TRAVESIA EN TRANSVERSOR

La nena está en cama con fiebre y el padre vino a visitarla. Me llevo civilizadamente con el tipo... quiero decir, no somos amigos, pero nos saludamos, cambiamos un par de palabras sobre el tiempo o lo que cuesta estacionar en esta zona donde hace poco nos mudamos con su ex... entiendo eso de las familias integradas, claro... sin embargo, al ratito que llega me voy, pretextando una diligencia.
El problema con este complejo edilicio es tomarle la mano a los ascensores. El otro día, con mi mujer, descubrimos que hay uno que no solo funciona en sentido vertical, ascendente y descendente, como todo ascensor, sino que también lo hace en sentido horizontal. 
O sea, va atravesando distintas alas del edificio, por lo cual la forma de llegar a tu piso se asemeja a la de un colectivo que tiene muchísimas paradas a lo largo de un intrincado recorrido que nunca terminás de entender, ya que pasás hasta tres veces por un mismo lugar, desde diferentes ángulos.
Pero encima, el complejo no es sólo habitacional, también alberga un hospital. 
Entonces tenés que tener en claro cuáles son los ascensores exclusivos de los camilleros, inclusive de los médicos, que constituyen como una casta, diferenciada de los que habitan allí.
La cuestión es que ahora salgo al pasillo justo cuando están por partir dos elevadores en los que cabría perfectamente, pero suben médicos y ni ahí de considerarme, como si fuese invisible.
Me queda un tercero, el del medio, que nunca había tomado. Apreto planta baja, pero al llegar no se detiene. Cambia la marcha a horizontal y sale del edificio.
No entiendo el sentido, pero como no tengo nada para hacer -salvo hacer tiempo- y las paredes son vidriadas, me digo que no viene mal conocer algo del barrio así, protegido en esa especie de tranvía encapsulado, ya que me dijeron que hay zonas poco recomendables.
Parece ser cierto. Carritos de basura, perros, casas precarias.
Un muchacho y una chica baten tapas de cacerolas en la puerta de un localsucho de comercio, de forma agresiva. Creo entender que le reclaman algo al dueño, que está como atrincherado.
Por fin el ascensor-tranvía llega a un puestito sanitario compuesto de varios consultorios en hilera, con techo de chapa, pero sin paredes al frente. Están prácticamente a la intemperie médicos, pacientes y camillas. Hoy el día es apacible, pero me imagino que no será nada grato atenderse ahí en pleno invierno, pobre gente.
Termino de entender el sentido de la travesía cuando el ascensor-tranvía para frente a uno de los consultorios y sube un practicante.
Lo habrían pedido desde allí, seguramente para traslado al edificio principal del hospital, del cual estos consultorios deben constituir un anexo.
Todo esto lo deduzco sin que el practicante me lo diga.
Lo que sí me comenta es que lo llamaron por una urgencia. Un nenito se asustó de una cucaracha y el afán de huir del insecto perdió una mano.


BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (9)

29/01/16

Temporal de la san mil puta.
Igual esto ya se estaba terminando. 
Las valijas casi listas, cargué nafta en Gesell... fue lindo mientras duró.
La realidad espera afuera, impaciente.
No tiene buena cara...

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (8)

27/01/16

Voy a sacar el boleto de regreso en tren a La Plata. La estación de Mar de las Pampas se enclava en lo alto de un médano, de modo que cuando uno accede al antiguo edificio se encuentra con el hall central donde languidecen unos pocos comercios (kiosco de revistas, cafetería, tienda de souvenirs), pero el andén y la boletería están abajo. En el entrepiso hay tres enormes animales. Forman parte de la estructura, a la manera de vigas, uno en el centro y los otros dos en los extremos. Creo identificar a un oso (el del medio) y a un bisonte. El del extremo opuesto no se lo que es, pero se mueve bastante cuando bajo por la escalera montada en su cuerpo. Porque están vivos, no lo había dicho. La boletería se halla situada en el centro, debajo del oso. Le comento a la chica que me vende el pasaje que en invierno debe ser calentito. Por su sonrisa de circunstancia me doy cuenta que escucha lo mismo a menudo. El guarda está parado al lado de la boletería y se acerca a hacerme una recomendación que no entiendo para la próxima vez que saque pasaje. Es referido a que conviene que sea personalizado, por el vagón comedor, algo así. La cuestión es que me distrae y el tren está partiendo. Mi plan era irme recién dentro de tres días y no cargué nada de equipaje, pero igual corro detrás del viejo vagón de madera, de techo arqueado. Los pasajeros, desde arriba, me alientan en la carrera. No recuerdo si llego a alcanzarlo...

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (7)

26/01/16

Frío en el bosque...

Por algún extraño designio de la Providencia, posiblemente una epifanía que no termina de revelárseme... o lo que es más probable, por puta casualidad, sigo encontrando heladeras abandonadas en el bosque...


Tercer heladera en el bosque... Listo, ya no es casualidad. La Providencia me quiere decir algo.

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (6)

25/01/16


Me gusta, después de cenar, mientras mi mujer mira La Leona, salir a caminar guiado por las esporádicas luces de la noche de Mar de las Pampas. Tampoco es una epopeya, aclaro. Otros años, en alojamientos más apartados, me contentaba con mirar el bosque. Ahora, con el centro a pocas cuadras, puedo ir a comprarme algo dulce de postre con toda tranquilidad. Acabo de volver de ese paseo con la necesidad imperiosa de contar dos episodios fresquitos.
Comiendo un alfajor Havanna de fruta, me acerqué al anfiteatro de la aldea hippie donde había un flaco haciendo un unipersonal infantil. Estaba llegando el momento de la gorra. Era fácil deducirlo: el público de los costados empezaba disimuladamente a apartarse. 
No vacilo en calificar esa actitud -que se observa sobre todo en el medio pelo- como de mierda. Quedó claro, no?... Porque tendré que decir también que me parece igual de reprochable el discurso cada vez más extenso y elaborado de los artistas callejeros precediendo el pedido de contraprestación. Suele tratarse -como el de esta noche, que escuché asqueado mientras curioseaba en los locales de alrededor del anfiteatro- de un preámbulo buchón, rebosante de falsa modestia y veladamente agresivo. Buchón porque denuncia actitudes del público, como la de rajarse o decir que ya aportó el nene. La falsa modestia aparece en frases del tipo "esto es lo que mal o mas o menos bien sé hacer" para encajarte ipso facto que se prepararon toda la vida para eso, o compararse con teatros comerciales donde se paga ciento cincuenta mangos la entrada y a los diez minutos -según ellos- te querés rajar, mientras que en su función todo el mundo la pasa bomba. Y veladamente agresivo, porque te dicen que si vas a poner cinco pesos no lo hagas, que ellos te invitan. Metete la invitación en el orto, hermano! Si laburás a la gorra bancate lo que te den. Y si no, fija un precio a tu laburo de antemano, y yo decido si lo pago o no.
Perdón. Se que es políticamente incorrecto, que es ir contra todo el blindaje mediático, el aura de romanticismo que tienen los artistas callejeros, pero alguna vez tenía que decirlo: no me caen en gracia. Creo que nos triplican en egocentrismo a los actores "convencionales", "de sala", y que además se creen muy por encima nuestro. Por suerte comparto este tipo de apreciaciones con una de mis hijas, que tiene -como madre- la pesada carga de sufrirlos con frecuencia. De lo contrario creería que es lisa y llana hijoputez de mi parte.

Curioseaba locales de la aldea hippie decía, y hablé de dos episodios. Va el segundo.
Me metí en la librería y mientras recorría distraído las pocas mesas, algo me llamó la atención en un tipo que entraba con una bolsa de comercio doblada -no colgada- en la mano. Juro que en ese momento se me cruzó la fantasía -a mí que soy muy poco paranoico respecto a la inseguridad- de verme envuelto en un asalto. 
El tipo llega al mostrador, y encara a la vendedora, sacando de la bolsa un libro: "Este libro fue comprado acá hace un rato por una nena, se lo vendieron como nuevo y es usado. Y sabe qué? no quiero que me lo cambien, quiero que me devuelvan la plata!" Sin embargo, esa agresividad que percibí de manera intuitiva al ingreso del tipo y que parecía corresponderse con el reclamo, no provenía de ahí. De inmediato tomó la palabra una mina que lo acompañaba y en la que no había reparado hasta el momento. Ahí entendí que el tipo había sido compelido -en su rol de macho- a ejercer una protesta de la que quizá no estaba del todo convencido. Era hablado por su mujer o su novia. Es más probable que fuese la novia, porque mientras el tipo se había referido a "una nena", la mina la mencionaba como su hija. O sea, relación reciente con separada, teniendo que cargar en el veraneo con la pibita de ella, o sea infeliz llevado de las narices por basilisco que rezuma odio contra su ex y contra el universo todo.
No es conclusión de mi imaginación, es a raíz de la mierda objetiva que la mina desparramó sin cesar a diestra y siniestra durante diez minutos -no exagero- contra la pobre vendedora que en ningún momento se negó a devolver el dinero y que en todo momento pidió disculpas e intentó explicar el error de otra persona del comercio que aparentemente habría embalado para la venta un libro que ella había estado leyendo, como si fuese nuevo.
No se si el argumento es o no verosímil. Supongo que si hubiese existido la intención de fraude no habrían dejado dentro del libro marcadores y otros elementos que entendí fueron los que dieron la pauta que había transitado otras manos previamente; se habrían ocupado de revisarlo a conciencia, pienso.
Pero más allá de eso, lo que hizo que de inmediato me pusiese del lado de la vendedora fue la prepotencia de esa tilinga de clase media, que de ningún modo aceptaba las disculpas de la muchacha porque el libro había sido sellado en celofán y porque había causado una enorme decepción a su hija ("vos sabes lo que significa para ella un libro nuevo? sabes como lloraba desconsolada cuando se dio cuenta que era usado?", preguntaba retórica, absurda y melodramáticamente) y porque la habían estafado y porque tal estafa merecía incluso una denuncia penal... El repertorio de argumentos pedorros no era dirigido sólo a la chica, sino que se ampliaba a todos los clientes del lugar con el propósito que cayesen en la cuenta del antro en que estaban. Al no sumar cruzados a su santa causa, al ver que no lograba encender las multitudes para linchar a la chica, se enfurecía más aún.
La vendedora optó por no seguir contestando, dada la inutilidad de cualquier disculpa, y trató de concentrarse en el trámite de deshacer la operación y devolver el dinero. Parecía calma, pobrecita, pero le costó bastante.
Finalmente, cuando la erinia y su acólito partieron, la chica subió una escalerita hacia la planta alta del local. Luego de un momento volvió, acompañada de una señora que se quedó en el mostrador, mientras ella salía a la puerta.
Como era previsible, ahí largó el llanto. Yo me acerqué y apenas atiné a decirle que no valía la pena, que ella había estado muy bien, que la mina era una guaranga.
Me contestó que le dolía que la hubiese basureado de esa forma delante de todos.
De no frenarme el pudor del hombre mayor frente a la juventud, de haber tenido cuarenta años menos, la hubiese abrazado fuerte para consolarla. Apenas si esbocé una palmada dirigida a su hombro que no llegué a concretar.
Vivimos tiempos donde cualquiera, de forma grosera, basta, deleznable pareciera creerse con derecho a abusar de su derecho.
Alguien les habrá dado permiso...


BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (5)

24/01/16


Paso por el pasillo lateral de una cabaña y cuando llego a la entrada tropiezo con una rama y caigo al lado de un montón de perros que están echados junto a la puerta. Curiosamente no se inmutan. Uno de ellos viene a lamerme la cara. Una señora mayor sale de la cabaña y me dice que no me asuste, que son buenos. Yo, todavía en el piso, le respondo que me dí cuenta, que de lo contrario... Dejo la frase en suspenso, pero no por creer sobre entendida la continuación, si no por no encontrar la forma de terminarla. Le pregunto a la señora -el diálogo sigue conmigo en el suelo- por el nombre de los perros. Ella empieza la enumeración por uno marroncito, que está a mi derecha: "éste, Segundo Apellido..."

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (4)

20/01/16

Llueve en Mar de las Pampas. No salgo hoy a caminar. Me quedo con Dostoyevski

22/01/16

Otro día lluvioso y oscuro... pero hay luz en la cabaña...

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (3)

19/01/16

La abuela de los cinco bebés ubicados en hilera en el largo cochecito, increpa duramente a la actual pareja de su ex-nuera. El muchacho no reacciona a la provocación, apenas si contesta, lo que enfurece aún más a la obesa señora. En el colmo de su santa indignación levanta a dos de sus nietos y se los enrostra, reprochándole no haberlos siquiera mirado. Yo, que soy un espectador más del incidente callejero, que no tengo arte ni parte en el asunto, irrumpo de golpe en la escena para gritarle a la vieja que no torture más al joven y que regrese a esos chicos con su padre, es decir su hijo. Sin darle tiempo a que salga de su asombro ingreso al local frente al cual estamos, un mercado, o una iglesia, o -se me ocurre ahora- un antiguo teatro convertido en súper. Advierto que la gorda no tardó en seguirme. Me alcanza, y disparando culebras por los ojos, me dedica horrendos epítetos. Eso sí, en sordina, por la majestuosidad del ámbito, que ahora, sin duda, es una iglesia. Supongo cree tener a Dios de su parte. O que al menos se siente impune allí, protegida de una posible reacción violenta. Se equivoca. Yo, que toda mi vida redoblé la apuesta ante el escándalo, grito los estupefactos feligreses: 'Esta vieja está loca!!!".

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (2)

19/01/16

Salgo sin rumbo. Después de una larga caminata por el bosque llego a un médano escarpado. Lo subo, y del otro lado aparece el mar. Bajo a la playa, me saco las zapatillas y ando un buen trecho en patas por la orilla. Vuelvo a la cabaña dos horas después de haber salido. Durante el trayecto, repasé mentalmente texto de la obra que estoy ensayando. Así soy yo, un amante del turismo de jolgorio y aventura.

BITACORA DE MAR DE LAS PAMPAS (1)

17/01/16

Pendejos que rompen las pelotas jugando al fóbal, calor de cagarse, mucho culo triste... Qué linda la playa...