19/01/16
La abuela de los cinco bebés ubicados en hilera en el largo
cochecito, increpa duramente a la actual pareja de su ex-nuera. El muchacho no
reacciona a la provocación, apenas si contesta, lo que enfurece aún más a la
obesa señora. En el colmo de su santa indignación levanta a dos de sus nietos y
se los enrostra, reprochándole no haberlos siquiera mirado. Yo, que soy un
espectador más del incidente callejero, que no tengo arte ni parte en el asunto,
irrumpo de golpe en la escena para gritarle a la vieja que no torture más al
joven y que regrese a esos chicos con su padre, es decir su hijo. Sin darle
tiempo a que salga de su asombro ingreso al local frente al cual estamos, un
mercado, o una iglesia, o -se me ocurre ahora- un antiguo teatro convertido en
súper. Advierto que la gorda no tardó en seguirme. Me alcanza, y disparando
culebras por los ojos, me dedica horrendos epítetos. Eso sí, en sordina, por la
majestuosidad del ámbito, que ahora, sin duda, es una iglesia. Supongo cree
tener a Dios de su parte. O que al menos se siente impune allí, protegida de
una posible reacción violenta. Se equivoca. Yo, que toda mi vida redoblé la
apuesta ante el escándalo, grito los estupefactos feligreses: 'Esta vieja está
loca!!!".
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