25/01/16
Me gusta, después de cenar, mientras mi mujer mira La Leona,
salir a caminar guiado por las esporádicas luces de la noche de Mar de las
Pampas. Tampoco es una epopeya, aclaro. Otros años, en alojamientos más
apartados, me contentaba con mirar el bosque. Ahora, con el centro a pocas
cuadras, puedo ir a comprarme algo dulce de postre con toda tranquilidad. Acabo
de volver de ese paseo con la necesidad imperiosa de contar dos episodios
fresquitos.
Comiendo un alfajor Havanna de fruta, me acerqué al anfiteatro de la aldea
hippie donde había un flaco haciendo un unipersonal infantil. Estaba llegando
el momento de la gorra. Era fácil deducirlo: el público de los costados
empezaba disimuladamente a apartarse.
No vacilo en calificar esa actitud -que se observa sobre todo en el medio pelo-
como de mierda. Quedó claro, no?... Porque tendré que decir también que me
parece igual de reprochable el discurso cada vez más extenso y elaborado de los
artistas callejeros precediendo el pedido de contraprestación. Suele tratarse
-como el de esta noche, que escuché asqueado mientras curioseaba en los locales
de alrededor del anfiteatro- de un preámbulo buchón, rebosante de falsa
modestia y veladamente agresivo. Buchón porque denuncia actitudes del público,
como la de rajarse o decir que ya aportó el nene. La falsa modestia aparece en
frases del tipo "esto es lo que mal o mas o menos bien sé hacer" para
encajarte ipso facto que se prepararon toda la vida para eso, o compararse con
teatros comerciales donde se paga ciento cincuenta mangos la entrada y a los
diez minutos -según ellos- te querés rajar, mientras que en su función todo el
mundo la pasa bomba. Y veladamente agresivo, porque te dicen que si vas a poner
cinco pesos no lo hagas, que ellos te invitan. Metete la invitación en el orto,
hermano! Si laburás a la gorra bancate lo que te den. Y si no, fija un precio a
tu laburo de antemano, y yo decido si lo pago o no.
Perdón. Se que es políticamente incorrecto, que es ir contra todo el blindaje
mediático, el aura de romanticismo que tienen los artistas callejeros, pero
alguna vez tenía que decirlo: no me caen en gracia. Creo que nos triplican en
egocentrismo a los actores "convencionales", "de sala", y
que además se creen muy por encima nuestro. Por suerte comparto este tipo de
apreciaciones con una de mis hijas, que tiene -como madre- la pesada carga de
sufrirlos con frecuencia. De lo contrario creería que es lisa y llana hijoputez
de mi parte.
Curioseaba locales de la aldea hippie decía, y hablé de dos episodios. Va el
segundo.
Me metí en la librería y mientras recorría distraído las pocas mesas, algo me
llamó la atención en un tipo que entraba con una bolsa de comercio doblada -no
colgada- en la mano. Juro que en ese momento se me cruzó la fantasía -a mí que
soy muy poco paranoico respecto a la inseguridad- de verme envuelto en un
asalto.
El tipo llega al mostrador, y encara a la vendedora, sacando de la bolsa un
libro: "Este libro fue comprado acá hace un rato por una nena, se lo
vendieron como nuevo y es usado. Y sabe qué? no quiero que me lo cambien,
quiero que me devuelvan la plata!" Sin embargo, esa agresividad que percibí
de manera intuitiva al ingreso del tipo y que parecía corresponderse con el
reclamo, no provenía de ahí. De inmediato tomó la palabra una mina que lo
acompañaba y en la que no había reparado hasta el momento. Ahí entendí que el
tipo había sido compelido -en su rol de macho- a ejercer una protesta de la que
quizá no estaba del todo convencido. Era hablado por su mujer o su novia. Es
más probable que fuese la novia, porque mientras el tipo se había referido a
"una nena", la mina la mencionaba como su hija. O sea, relación
reciente con separada, teniendo que cargar en el veraneo con la pibita de ella,
o sea infeliz llevado de las narices por basilisco que rezuma odio contra su ex
y contra el universo todo.
No es conclusión de mi imaginación, es a raíz de la mierda objetiva que la mina
desparramó sin cesar a diestra y siniestra durante diez minutos -no exagero-
contra la pobre vendedora que en ningún momento se negó a devolver el dinero y
que en todo momento pidió disculpas e intentó explicar el error de otra persona
del comercio que aparentemente habría embalado para la venta un libro que ella
había estado leyendo, como si fuese nuevo.
No se si el argumento es o no verosímil. Supongo que si hubiese existido la
intención de fraude no habrían dejado dentro del libro marcadores y otros
elementos que entendí fueron los que dieron la pauta que había transitado otras
manos previamente; se habrían ocupado de revisarlo a conciencia, pienso.
Pero más allá de eso, lo que hizo que de inmediato me pusiese del lado de la vendedora
fue la prepotencia de esa tilinga de clase media, que de ningún modo aceptaba
las disculpas de la muchacha porque el libro había sido sellado en celofán y
porque había causado una enorme decepción a su hija ("vos sabes lo que
significa para ella un libro nuevo? sabes como lloraba desconsolada cuando se
dio cuenta que era usado?", preguntaba retórica, absurda y
melodramáticamente) y porque la habían estafado y porque tal estafa merecía
incluso una denuncia penal... El repertorio de argumentos pedorros no era
dirigido sólo a la chica, sino que se ampliaba a todos los clientes del lugar
con el propósito que cayesen en la cuenta del antro en que estaban. Al no sumar
cruzados a su santa causa, al ver que no lograba encender las multitudes para
linchar a la chica, se enfurecía más aún.
La vendedora optó por no seguir contestando, dada la inutilidad de cualquier
disculpa, y trató de concentrarse en el trámite de deshacer la operación y
devolver el dinero. Parecía calma, pobrecita, pero le costó bastante.
Finalmente, cuando la erinia y su acólito partieron, la chica subió una
escalerita hacia la planta alta del local. Luego de un momento volvió,
acompañada de una señora que se quedó en el mostrador, mientras ella salía a la
puerta.
Como era previsible, ahí largó el llanto. Yo me acerqué y apenas atiné a
decirle que no valía la pena, que ella había estado muy bien, que la mina era
una guaranga.
Me contestó que le dolía que la hubiese basureado de esa forma delante de
todos.
De no frenarme el pudor del hombre mayor frente a la juventud, de haber tenido
cuarenta años menos, la hubiese abrazado fuerte para consolarla. Apenas si
esbocé una palmada dirigida a su hombro que no llegué a concretar.
Vivimos tiempos donde cualquiera, de forma grosera, basta, deleznable pareciera
creerse con derecho a abusar de su derecho.
Alguien les habrá dado permiso...
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