sábado, 20 de julio de 2019

VIEJ@S CHOT@S (7)


El viejo había intentado matarme tres veces esa noche. La primera con un puñal. La última con una ametralladora. La segunda no lo recuerdo.
Tenía sus razones, no voy a alegar inocencia.
Antes yo lo había incinerado en público con una ironía demoledora, pero innecesariamente cruel.
Todos los invitados la festejaron largamente y él se sintió humillado, lo supe desde el primer momento, aunque intentase disimularlo con una sonrisita de buen perdedor. Lo supe herido de muerte y dispuesto a lo que fuere para vengarse.
Yo había estado particularmente ingenioso esa velada.
Le dije por ejemplo a mis actrices: "chicas, por el bien de sus carreras, nunca más un gesto así en escena en el futuro". Y reproduje la gestualidad que les marcaba como un leitmotiv de la obra en que las estaba dirigiendo.
Yo mismo me divertí con esa ocurrencia.
Hacía mucho tiempo que no estaba de tan buen humor.
Y el viejo vino a arruinarlo.
La fiesta también tenía un brillo singular. La gente circulaba a su aire, relajada, copa en mano, por los distintos ambientes de la casona, que parecía recuperar su antiguo esplendor. 
No me engañaba, sin embargo... los pisos de madera podian hundirse en cualquier momento y el techo desmoronarse.
Le venía insistiendo a mi mujer que pasásemos la noche en la casa nueva. Un poco por la amenaza del caserón en sí, y otro por la del viejo, que ya había consumado su segundo ataque, el que no puedo recordar.
El primero lo vi venir. Asomaba del bolsillo de su saco el puñal -un estilete, más bien, era pequeño- y no lo sacó con la velocidad suficiente. Fue un solitario y pobre intento con ese arma y un rápido apaciguamiento a cargo de los comensales, que no tomaron en serio el incidente.
Después de frustrarse el segundo -presenciado por pocos, eso sí lo recuerdo- tuve la certeza que existiría una tercer acometida.
Por eso la urgía a mi mujer con el argumento que las puertas no cerraban bien, tornando la casa insegura, a mas del tema de los pisos y los techos.
Ella insistió en bañarse antes, y tuvo que salir en medio de la ducha semidesnuda, enjabonada, porque se había cortado el agua.
Mientras atendía sus quejas, veía como en el salón de al lado el viejo hacía girar el tambor de la ametralladora delante de una señora gorda, haciendole creer que era inofensiva.
La iba a descargar en el momento justo, contra mí. 
Iba a ser mortal para ambos, ahora sí...