domingo, 13 de mayo de 2018

EL QUE ROBA A OTRO LADRON...

La moza derrama la mitad del café en el platito. Encima el pocillo es muy modernoso, pero ínfimo. Me quejo, trae una jarra y agrega más café. Así y todo me sigo quejando del tamaño del pocillo, aunque con corrección. Si le dijese todo lo que pienso lo calificaría de tilinguería para disfrazar la crisis. En la misma mesa en que estoy con mi mujer, se encuentra sentada una señora que escribe tarjetas para adosar a unos coquetos bombones. Mi mujer me explica que en ese bar se dejan sobre las mesas regalos para amigos, que luego pasan a recogerlos. Imagino que cualquiera podría llevárselos. Yo mismo me veo tentado a hacerlo, después que se va la señora y mi mujer se levanta para ir al baño. Me abstengo, no por honestidad, sino porque no me entusiasman mucho los bombones. Veo en cambio, entre el material de lectura que ofrece el local, unas antiguas Andanzas de Patoruzú, que sí me tientan mucho. Sobre todo una que no conocía, lo cual me resulta asombroso, ya que las conozco a todas. Cuando pago la cuenta, que suma ciento veinte pesos por dos insignificantes cafés, decido que voy a concretar el hurto, como compensación. Antes que vuelva mi mujer, en el momento en que corroboro que nadie me ve, escondo subrepticiamente la revista en la campera, apretándola con el brazo. La salida del bar es exitosa.


sábado, 12 de mayo de 2018

EMBROLLO

Cargar con tres bordeadoras al hombro no es cosa fácil. Llego extenuado al Banco Provincia, donde tengo que cortar el césped y lo encuentro cerrado. Pienso en dejarlas en el edificio del Correo, que se sitúa cruzando la calle, en diagonal, pero justo ofrecen un concierto de cámara, y encima se corta la luz. Resignado, me vuelvo. En la esquina de la farmacia de enfrente de la iglesia, están arreglando la vereda. Hay un cerco estrecho por el que apenas puedo transitar. Una señora con sus hijos dobla e intenta pasar al tiempo que yo, por lo que nos enredamos con los cables de las bordeadoras. La señora sigue de largo y el embrollo se agrava. Le digo de mala manera que se quede quieta, que yo me ocupo de desenredarlas. Voy haciéndolo con cada una y apoyándolas en la persiana cerrada de la farmacia. Cuando termino con la tercera y me dispongo a recoger las otras dos, compruebo que se robaron las máquinas. Sólo han dejado los caños con los cables. Grito "policía, policía!" y aparece un patrullero. Explico lo sucedido, y los canas empiezan a desarmar la bordeadora que quedó, en busca de huellas. Les recrimino que es absurdo, que si hay huellas, en todo caso las van a encontrar en los caños de las otras dos. Y que sería mejor que saliesen a buscar un tipo cargándolas. No me hacen caso y continúan con la tarea como si nada. Uno de los policías me interroga sobre cómo las había conseguido, si eran mías. Me indigno y le contesto que una vez más el sospechoso termina siendo la víctima.



sábado, 5 de mayo de 2018

Quieto, Kioto!!!

Salgo a caminar y una chica que va delante mío salta un accidente de terreno, que yo reputo demasiado peligroso para mis habilidades. Me cruzo con un profesor de gimnasia de Zárate, vecino de la infancia, al que pocas veces he vuelto a ver en mi vida, y me jacto con él de estar en forma. No se me ocurre preguntarle qué hacía en La Plata. Sin embargo, inmediatamente, yo sigo camino en Zárate, rumbo a la casa de mis suegros. Paso por un lugar lleno de perros, y un gato insistente logra que lo lleve a upa. Muy caprichoso el gato, de modo que cuando intento darlo vuelta, chilla. Entonces me canso y le grito: "Quieto!!!". Aparece una nenita llamada Kioto que me sigue varias cuadras. Llegado a un barrio chino, grito "Kioto!!!" y de un negocio sale la madre, que juntando las dos manos hacia arriba y haciendo genuflexiones avanza a buscarla.