viernes, 11 de enero de 2019

GRANDES BATALLAS


Un intendente de pueblo, sanmartiniano fanático, ordenó poner el nombre del Gran General a avenidas, calles, pasajes, cortadas, plazas y plazoletas. 
Los visitantes se confundían. Cuando preguntaban por una dirección, los lugareños les pedían una especificación con la que no contaban. A veces tenían suerte, y mencionando a la persona que buscaban, al ser conocida, podían orientarlos. De lo contrario, deambulaban horas y horas tocando timbres y golpeando puertas. 
El Consejo Deliberante, ante la problemática, decidió tomar el toro por las astas, y propuso -como para no desairar del todo al intendente- agregar a cualquier arteria que se llamase San Martín un número que la identificase con más claridad. 
El intendente, indignado, mandó al Consejo Deliberante una carta de puño y letra, calificando la iniciativa de "afrenta al Libertador", ya que según él, la cortada "San Martín 11", por ejemplo, degradaba diez veces su nombre.
Al Consejo Deliberante no le cayó nada bien la misiva. Ya en franca rebelión, emitieron una Ordenanza estipulando que todo lo que tuviese el nombre de San Martín en el pueblo, pasase a llamarse Belgrano.
El Intendente se amotinó en su despacho, munido de una enorme cantidad de piedritas que recogió de la plaza principal, y cada vez que salía un consejal del edificio de la Municipalidad, le arrojaba una.
Tenía buena puntería.


jueves, 10 de enero de 2019

DILEMA

En el patio frontal de la casa, había una lápida. Cuando empezamos las tareas de refacción descubrimos que la urna estaba enterrada en el patio de atrás. Existían tres posibilidades: a) enterrar la urna junto a la lápida; b) trasladar la lápida donde estaba la tumba y volver a enterrar allí la urna; c) tirar todo a la mierda. Me decidí por una cuarta. Dejé la urna junto a la lápida sin enterrar, a la vista de todos. Ahorré un trabajo extra y seguimos adelante con las refacciones.



miércoles, 9 de enero de 2019

TEATRO DENTRO DEL CINE

Estoy mirando la escena de una película en la que actué. Transcurre en un bar porteño de los '70, el ambiente es costumbrista. Pongo atención en las direcciones visuales de mi trabajo, en relación a los centros de atención que se van generando con la acción.  Trato de pescarme en algún momento vago o dubitativo. Me juzgo correcto, en general, aunque no brillante.
De pronto, paso a estar en la filmación misma. Espontáneamente me siento en una silla que otro actor acaba de abandonar. Sé que cuento con un margen de improvisación, pero dudo si no estorbaré la toma.
Alguien señala detrás de donde me ubico y giro la silla para observar.
En la pared del bar hay un boquete de dimensiones considerables. Del otro lado se ve algo así como una cueva, dividida en dos por estalagmitas que llegan casi hasta al piso. Sin embargo, un espacio adelante, entre ambos lados del hueco, permite la circulación entre uno y otro.
Aparece allí, desde la izquierda, un bicho extraño. Una especie de gallináceo, de tamaño considerable. Se detiene un momento en el centro y desaparece por derecha.  
Otro de su misma índole, pero más grande, hace el mismo recorrido. Y otro, y otro. Como si se tratase de un desfile que va aumentando en monstruosidad. El último de los animales se diría cercano en género a las ratas, antes que a las aves.
Se produce como un intervalo en el espectáculo, que hace que algunos nos animemos a acercarnos al boquete.
Veo, en el sector izquierdo, al fondo,  un aula escolar repleta de chicos sentados. Algunas nenas advierten nuestra presencia. Les saco la lengua y les hago caras feas. 
Veo también, de costado, de atrás, el escritorio de las maestras (son dos). Alcanzo a leer un temario que se encuentra  allí. Aparecen resaltadas las palabras "Terrorismo" y "Subversión".



lunes, 7 de enero de 2019

AUTO VOLADOR

Era muy simple, como un enroque. Se lo indiqué. Cuando la mujer del tipo sacara marcha atrás el auto del garaje, el tipo metía mi camioneta ahí y se subía al auto de la mujer, que tenía así vía libre para salir. Pero no. Arrancó a toda marcha para el lado del peaje del country, y conmigo adentro. No entendí qué pretendía, pero evité importunarlo con mis indicaciones. Cuando quise acordar ya entrábamos en ruta. Llovía y estaba muy resbaladizo. Me pregunta qué tiene que hacer ahora. Le digo que girar en "u", pero con mucho cuidado por el estado del pavimento y por los autos que venían de la mano contraria. Es entonces cuando un coche, delante nuestro, patina y se eleva verticalmente hasta desaparecer de mi vista para instantes después caer despatarrado. Me apodero del volante, en una arriesgada maniobra lo esquivo, al tiempo que doblo pronunciadamente y me meto a la buena de Dios, en el tráfico de retorno al country.