sábado, 25 de febrero de 2017

DECLARACION

25 de febrero de 2015 a las 23:58 
Ayer... fue ayer?... Sí, ayer presté declaración testimonial en una comisaría cercana a mi domicilio.
La impresora y las PC eran a querosén, pero la oficial que me tomaba declaración escribía con un dedo, así que todo resultaba armonioso, nadie llevaba apuro.
La habitación era un cubículo sin ventanas, que encima tenía una mampara delante de la puerta, a modo de división.
Cuatro personas trabajaban ahí... 
Trabajaban es un decir, claro...
Mucho humo en el ambiente.
Había un cartel de prohibido fumar que aunque lucía antiguo, no había sido leído todavía, me pareció.
Le redacté mi declaración a la oficial hasta donde pude, porque cuando le pedía que me la leyera no entendía nada de lo que ella había redactado.
Entonces me cansé y le pedí dar la vuelta y ver la pantalla, a lo que accedió gustosa.
Ahí empecé corrigiendo verbalmente, y terminé haciéndome cargo del teclado y el mouse.
Inicié a la oficial en algunos misterios, como los del copypaste.
"Usted pensará: justo me tocó esta rubia tarada", intentó disculparse.
"Cómo voy a pensar eso, si tiene unos ojos hermosos?", repliqué con mi mejor voz de galán de radioteatro y sin que tuviese que ver una cosa con la otra.
Igual, ella quedó encantada.


VIEJAS CHOTAS (5)


Dos de la tarde con el sol partiendo la tierra, salgo de casa para estacionar el auto más a la sombra, cuando se me acerca una viejita me pregunta en qué dirección quedaba una calle situada a más de diez cuadras de donde estábamos. Cuando la oriento, se desanima, me dice que va y viene en un sentido y otro, que está perdida. Siento que tengo que compensar en algo todo el mal que hago y la invito a subir al auto, para alcanzarla. Además, me cayó simpática la viejita. Parecía Heddy Crilla, en "Juan Lamaglia y Sra.". Era divertido ver las maniobras que hacía, ante mis indicaciones para colocarse el cinturón de seguridad. 
Como no se acordaba bien la dirección, empezamos a dar vueltas... Le consulto si reconoce más o menos el barrio y chilla: "Más me pregunta, más me confundo". Seguimos dando vueltas. 
Impaciente, la vieja revuelve en la cartera, pela el documento y de mal modo, me ordena: "fíjese la dirección ahí!".
Hubo que dar unas vueltas más porque la numeración de la casa estaba entre 41 y 42 y en el documento figuraba entre 47 y 48, que había sido la primera indicación de la buena señora .
Calculo que debe haber confundido a los del Registro, también.
Freno por fin ante su domicilio. 
"Al final, hubiese llegado antes caminando", rezonga la vieja de mierda, mientras le desabrocho el cinturón. 

No se puede ser buena gente.


domingo, 19 de febrero de 2017

FILIACIONES


Soy el sobrino nieto bobo de Ionesco.
El que vive en la villa miseria pegada al country de Fellini.
El cholulo que espera la salida de Crítica de Roberto Arlt para pedirle un autógrafo.
El que va al mismo bar que Armando Discépolo, pero nunca se animó a acercarse a su mesa.
El que calcula los miles de kilómetros que siempre lo separaron de O'Neill.
El que le pidió una entrevista a Ghelderode y ni siquiera obtuvo un no por respuesta.
El que pretendió abrirle la puerta del auto a Olivier y lo apartaron de un empujón.
El que le gritó por la calle "Adiós, don Luis!" a Sandrini, y Sandrini ni se dignó a darse vuelta.
Soy esa sumatoria de indignidades, vergüenzas, humillaciones y fracasos...
pero eso sí... orgulloso de serlo.


ESTAS MUERTO, ENTERATE

Me desperté tarde. Mucho calor. Igual salí a hacer compras. La verdulera nunca recuerda que quiero que me entregue en mano el papelito con la cuenta, que no lo tire en las bolsas junto con la verdura y las frutas. Siempre se termina perdiendo. No es que le desconfíe, hago el cálculo junto con ella y raramente le erra. Alguna vez, incluso, si le erró, fue de menos, es de lo más honesta. Pero me gusta llevar el control de lo que gasto, saber cuánto me puse en el bolsillo a la mañana y cuánto me queda a la noche. Me han criticado que lo hago de avaro. Yo creo, en cambio, que tiene que ver con el orden del universo. 
Hace tres mañanas, en Capital, fui a comprarle un peluche de los Minions a mi hija menor, que se había encaprichado con tener uno desde que estuvo a punto de sacarlo de una maquinita de los restaurantes del puerto, en Mar del Plata. En ese momento prometí regalárselo, pero no los encontraba. Ella se encargó de ubicarme un lugar donde los vendían.  El trayecto en auto, desde donde estaba estacionado, por las Cañitas, hasta el comercio, era de media hora, ida y vuelta. Decidí ir caminando,  se hicieron dos. Mi médica me prescribe caminar, y la mejor manera de cumplir, para mí, es teniendo un objetivo, me aburre caminar por circuitos. Y no uso auriculares ni nada que me distraiga. En ocasiones, cuando estoy estudiando texto de una obra, lo repito mentalmente. A falta actual de actividad teatral, el jueves, en Capital, dediqué la vuelta a repasar mis gastos desde el día anterior. No llevaba tickets encima, de modo que tuve que reconstruir todos mis pasos. No me cerraba la cuenta en 35 pesos. De pronto, recordé un detalle que se me había pasado por alto, de una compra de 15.  Restaban veinte, que me torturaron hasta poco antes de llegar al auto. Faltaba computar un Telekino. En ese punto, el universo restableció su armonía. 
De todas maneras, el recordar el día es un ejercicio que solía proponer a mis alumnos de teatro, para que tengan registro de su vida y observen a su alrededor. Vivimos demasiado rápida e irreflexivamente. También tengo por ejercicio reconstruir mis sueños.
Había comprado un dpto. en La Plata. Si bien era para alquilarlo, voy a averiguar detalles del funcionamiento del consorcio. En el hall de entrada, frente a un escritorio, está el encargado, rodeado de varias personas que al igual que yo, quieren plantearle dudas. Reconozco entre ellas a una actriz zarateña. Nos saludamos y empezamos a charlar mientras esperamos ser atendidos. Me dice que no pudo ir a ver mi última obra, o que no tuvo oportunidad de comentarme qué le pareció, porque se fue rápido, no entiendo bien. Desde el hall se ve el SUM abierto, donde hay gente sentada ordenadamente en filas. Empieza una especie de show, protagonizado por los mismos condóminos. Una mujer con dos cabezas dialoga consigo misma, tipo Chassman y Chirolita. Un número muy amateur. En ese punto, ingresan al edificio dos tipos mal entrazados, preguntando en qué piso se aloja Ibáñez. Tengo la sensación que son asaltantes. Pero cuando el encargado les da el dato, se meten en el ascensor sin problemas. A los pocos minutos, el encargado nota que el ascensor no ha arrancado. Abre entonces la puerta, y le pregunta a los sujetos qué pasa. Uno de ellos saca una ametralladora y lo acribilla. Huyo del edificio. En mi carrera paso por el kiosco de Caram y por la Plaza Mitre, de Zárate. 
Noto que nadie me persigue, y de a poco, con cautela, vuelvo sobre mis pasos. Ya está la policía, sacando en camilla el cadáver del encargado. Un trío de señoras mayores (unos diez  o quince años más que yo), sale del edificio comentando el hecho. Me pongo casi a la par para escuchar, y la que va del lado de la pared me toma del brazo. Intento aclararle que me confunde, pero ella empieza a contar del grupo de teatro del consorcio.  Me presento como actor y director. La dama, para mi asombro, me identifica por mi nombre. Halagado, le pregunto si vio algún trabajo mío. Me responde: “Cierta vez, necesitaba el texto de una obra de teatro, muy difícil de conseguir. Lo encontré en una librería de usados. El libro aparecía todo anotado, escrito, tachado. Como si alguien lo hubiese estado versionando. Me costó muchísimo reconstruir el original. Cuando iba terminando, debajo de una tachadura, alcanzo a descifrar el nombre de Miguel Dao”.
En ese instante entiendo que yo había muerto y que mis hijas habían vendido mi biblioteca.



sábado, 18 de febrero de 2017

BIBLIOTECA


Don Israel Marajovsky era un destacado dirigente socialista en Zárate, mi ciudad natal. Tenía una mueblería en Justa Lima y Ameghino, si no me falla la memoria. Yo andaría por los quince años cuando le compré mi primer biblioteca. Como buen socialista, era un fanático del teatro, y atesoraba la colección completa de la revista Bambalinas, que había mandado a encuadernar. Como le conté sobre mi afición, me prestó el primer tomo. Lo leí y se lo devolví. Me prestó el segundo. Cuando promediaba la lectura, me enteré que había fallecido. Podía haberlo devuelto a su viuda, no lo hice.
Recién lo encontré en la misma biblioteca que le compré a don Israel y que aún conservo. Lo abro y aparece su firma. Son revistas de 1918, tienen 99 años. Hace cuarenta y cuatro de aquel episodio.
Pero el tiempo no existe.