sábado, 29 de diciembre de 2018

COSAS QUE ACONTECEN LOS DÍAS DE LLUVIA

Había llovido a baldazos, pero ya está amainando. Noto que a unos metros de donde estoy, el agua le llega a los tobillos a un grupo de chicos que vienen por el medio de la calle. Una de las nenas se encapricha en no querer seguir, y se sienta en la vereda de un terreno baldío, justo cuando yo paso por ahí. Entiendo que los otros la habían estado fastidiando, pero ahora la instan sinceramente a continuar para llegar rápido y secarse. A punto de meterme en favor del argumento del grupo, la chica accede y re emprende camino  junto a sus compañeros, que no se si eran hermanos o amiguitos. Yo volvía a casa desde el kiosco de revistas con varias publicaciones bajo el brazo, intentando que no se me mojasen. Cuando estoy llegando, al intentar cruzar la calle por donde había menos agua, en el medio exacto de la calle, me topo con un muchacho que me llama por mi nombre y me abraza efusivamente. No lo reconozco, imagino que se trata de un ex alumno, por la diferencia de edad. Los autos pasan tocando bocina y salpicándonos. El pibe ni se inmuta y continúa con los palmoteos del reencuentro que atentan contra la estabilidad de mis revistas. Temo que terminen cayendo al asfalto mojado. Le digo que vivo enfrente, que estoy apurado, que me están esperando. Enseguida me arrepiento porque lo imagino tocándome timbre en un rato. Zafo como puedo de sus efusividades y finalmente termino de cruzar. Advierto que en la casa chorizo de al lado, cerrada por años, hay movimiento. Han sacado afuera un montón de objetos y en el patiecito lateral, un hombre desastrado reniega intentando desarmar un bombeador. Al lado de la puerta de rejas oxidadas de la entrada, veo tirados en el piso las cadenas y el candado que la mantenían cerrada. Están cortados. Lo cual -pienso- resulta absurdo, porque cualquiera podía saltar sin demasiado esfuerzo ese tapialcito. Me figuro que vamos a tener de vecino un ocupa con las facultades mentales alteradas. Entro en casa, dispuesto a darle la mala nueva a mi mujer, pero han llegado un montón de amigas suyas, que ni siquiera advierten mi presencia. Una de ellas anuncia que viaja a Chacabuco, su localidad de origen, el fin de semana. Otra se ofrece acompañarla. Yo sigo de largo a la cocina, para buscar un repasador con el cual secar mis revistas.



lunes, 24 de diciembre de 2018

UN DIA DE FURIA

Había sido una jornada de un caos pocas veces visto, pero de lo único que se hablaba era del robo de la valija. Por todas partes, en la calle, en bares, en peĺuquerías, la gente comentaba lo mismo. Ya se estaba yendo la luz. Mientras escuchaba en la radio portátil los detalles mil y una vez repetidos de cómo había sido el robo, recorría atentamente las vías del tren, donde se decía podía haber sido arrojada. Lo curioso es que la única persona que la buscaba por allí era yo. Unos metros más adelante un bulto grande me llamó la atención. Era una valija de cuero marrón, como la robada, pero vacía. La revisé de arriba a abajo para ver si aparecía cualquier tipo de identificación. Tenía un tajo en el fondo, por el que seguramente vaciaron el contenido, ni siquiera se habían tomado la molestia de forzar la cerradura. Sí resultaba posible que se hubiesen deshecho de los marbetes en otro lugar. No se veía nada y era peligroso seguir caminando entre los rieles. En un paso a nivel salgo a una calle estrecha, pero de doble mano. De mi lado no transitaba nadie. En el de enfrente se adivinaba una interminable hilera de camiones detenidos. Me aseguro de todos modos, a un lado y otro, que no venga algún desaforado a toda velocidad. Cuando estoy cruzando me parece ver entre dos camiones, una silueta furtiva. Me resulta familiar. Una vez en la vereda trato de ubicarla. La persona está sentada en un banco de material, frente a una casa humilde. Me acerco con precaución. Pienso que puede haber alguna cámara de seguridad en los alrededores. Enciende un cigarrillo. Ese es el pretexto justo para abordarlo sin que resulte sospechoso. Le digo, desenvuelto: "Perdón, señor... no me convidaría...?". El saca de inmediato el paquete que acababa de guardar, me lo extiende, me ofrece fuego. A la luz del encendedor tengo la certeza de quién se trata. Aspiro la primer bocanada, que me hace toser. Hace años que no fumo. Me compongo. Me siento en el banco rústico. Me dispongo a interrogar a mi cómplice sobre el contenido de la valija.

sábado, 15 de diciembre de 2018

DEJA VU

Desde la estación la vista a la ciudad era prodigiosa. O hacía mucho tiempo que yo no llegaba en tren, o estaba soñando, siendo esto lo más probable.
Era de noche, y descendían muy pocos pasajeros.
Lo curioso es que siguiendo el sector iluminado de la estación se llegaba a un barrio sórdido. Y por el contrario, la zona sombría daba acceso a los monumentales edificios.
Una muchacha, que había bajado del tren a la par de mí, dudaba hacia donde dirigirse. Enfiló para el lado de la luz. Yo temía que de advertirle que no convenía ir por allí, sino por la parte oscura,  desconfiase. Pero algo la hizo volver y preguntarme. Aceptó mi indicación de forma natural y transitamos juntos el sector lóbrego. Yo le señalaba a lo lejos las columnas iluminadas que se avizoraban y le informaba a qué edificio pertenecían, con la intención de afirmar su confianza. Ella, al parecer, no lo necesitaba, porque de inmediato, en forma desenvuelta, se puso a comentar el estilo arquitectónico. Era una muchacha instruida, agradable, y su conversación resultaba interesante. Mientras la escuchaba y nos acercábamos a la zona edificada, tuve un déjà vu: esas columnas no se correspondían con ningún edificio de la ciudad... me habían aparecido en un sueño muy lejano.


domingo, 2 de diciembre de 2018

SOLEDAD DE LOS TEATROS

En el teatro solo quedábamos la chica de boletería y yo. Habíamos tenido poco público y era la última función. La chica se impacientaba porque se quería ir y yo me ponía a anotar en la hoja del borderó el sueño, para que no se me escapase con la vigilia.