sábado, 25 de junio de 2022

NUNCA ESCRIBÍ SOBRE EL AMOR, SIEMPRE HAY UNA PRIMERA VEZ

Qué tristeza única la de sentir que el amor se escapa, se escurre, se licúa.  Y uno hace intentos postreros, pero no, ya es tarde, ya no es el tiempo del amor, sino el de la melancolía del amor. Eso que tuvo lugar en otra teoria de cuerdas. 

Acaba de suceder un instante, un destello del sueño. Una palabra amable, una mirada cómplice, que parecían guardar ramalazos de la historia. Lo que algunos reducen a frases hechas como la del fuego y las cenizas, que sugieren la posibilidad de renacimiento del amor. Pero nunca ví que las cenizas puedan encender nuevamente un fuego, salvo que oculten brasas. No hay brasas, sólo cenizas producto de la combustión última del amor. Cenizas en una urna, en un cementerio vacío de cadáveres. El cementerio de amor, donde no yacen muertos de amor, sino los amores muertos. Es como el recuerdo de una película -más probable: no toda la película, apenas una escena- que hace tiempo nos gustó mucho y que sabemos que si volviésemos a verla, no nos gustaría ahora. Nos gustaría que nos volviese a gustar, eso sí. Pero es imposible. 

La vida cambia, las células mueren de a millones en un sólo día. Uno es otro otro otro, y el otro más otro todavía. Cenizas de células que caen, se desparraman, vuelan, se confunden con las de los demás y que quizá, nunca se sabe, generen algo desconocido.  Pero no el amor tal como lo conocimos y vivimos algún día.