martes, 24 de agosto de 2021

NO VIDENTE

Todo lo que tiene cola baila, me dijo una vez un ciego amigo.
Bailan los cometas en el cielo y los espermatozoides su danza nupcial.
Y el perro y su cola, desde ya.
Mas no las multitudes que aguardan en la cola para ingresar al infierno.
Era un ciego sabio, como manda la tradición que sean todos los ciegos.
¿Será que no ver es ver de verdad?
En la alta madrugada me despierto, recuerdo al ciego, me hago esta pregunta y me vuelvo a dormir.

De mañana leeré lo que escribió el otro, remataría Borges si escribiese mal. 




domingo, 1 de agosto de 2021

CARTA A VIDENTE

Estimada Madame Zarah, aquí le envío el saldo de sus honorarios profesionales, conjuntamente con mi entera satisfacción y agradecimiento. He comprobado que, tal cual usted lo adelantó, cada una de sus visiones se ha corroborado y ampliado de forma contundente. Recordará sin duda la profunda impresión que me causó cuando me mencionó que en su cristal se reflejaba una Correrías de Patoruzito. Pues bien... tengo ahora la certeza que el lugar en que funcionaba el depósito era nada menos que una antigua distribuidora de diarios y revistas, de ahí que estuviésemos apiladas en estanterías muy poco adecuadas para nuestro almacenaje. No llego a entender, por más que me devane los sesos, a qué ente se le puede haber ocurrido elegir semejante emplazamiento. ¿Podrá ser por una cuestión de economía? ¿O existirá algo semejante a una saturación que obligue a tal grado de descuido? Sea como sea, una cosa trae la otra.... En primer lugar, el haber permanecido en depósito allí, vaya a saber por qué lapso inconmensurable, tiene que haber influido necesariamente en mi afición historietística. ¿Cuántas, no sólo Correrías, sino también Andanzas, Locuras y otras habrán pasado por esos estant...? Aunque si lo pienso bien, no... Al menos no Correrías, que es del mismo año que mi nacimiento y tampoco Locuras que salió a los kioscos a mis once. Pero sí infinidad de historietas de todo tipo, no tenemos por qué ser tan literales, ¿verdad? Esos estantes pregnados de aventuras, infiltraron a su vez mi espíritu, al igual que los vinos almacenados en barricas toman el aroma y el sabor de la madera, determinando desde antes de mi llegada al mundo el coleccionista que hoy soy. No escapará a su experiencia que me estoy refiriendo a su aseveración sobre la permeabilidad de la materia ectoplasmática –que resulta de una exactitud aterradora-, y quizá le despierte curiosidad saber cómo arribé a estas conclusiones. Exacto. Fue a través de la vivencia onírica, como usted lo predijo. Esta mañana, no bien desperté pude reconstruir vívidamente el sueño que tuve en el ámbito que le describo. Pero la más importante revelación vinculada a la esponjosidad del espíritu por usted mencionada, se asocia a la sensación de ahogo, asfixia, aplastamiento, que perduró en mi cuerpo hasta bastante más allá del desayuno, y que aún de a ratos, ya caída la tarde, me perturba. Le cuento... yo estaba apilado junto a otras almas, en esos cubículos estrechos, a la inacabable espera de la reencarnación y justo el alma que me había tocado encima era de gran tamaño y peso, más apropiada para estar ubicada abajo y no arriba mío, lo que habla una vez más de la desaprensión con que se nos trataba. Era la presión de los tumultos, del arrollamiento, del alud, de las avalanchas, donde sentimos que las humanidades circundantes van a provocar el estallido de la nuestra, exactamente eso experimentaba. Sólo que en el caso, cuando el porfiado ente acomodador de almas intentaba cerrilmente encajar una más en el ya desbordado anaquel, vencida mi última barrera de resistencia, sucedió una fusión: el ectoplasma vecino me invadió. A lo mejor a usted, como vidente, le ha pasado eso que sucede en las películas o las series que una persona con poderes extrasensoriales toca a otra y de inmediato le asimila toda la historia... bueno, así me pasó a mí en ese momento. Al toque le saqué la ficha al alma invasora, una porquería de alma, vea. Como si le dijese esa gente que más vale perderla que encontrarla, para no caer en groserías... así. La cuestión es, Madame Zarah, que más allá de pagarle lo que le debía y que bien ganado se lo tiene, guía el interés de estas líneas un desasosiego que me acompañó todo el día y que se halla relacionado a la sospecha que ese espíritu ajeno todavía sigue operando en mí. ¿Podrá ser eso posible? ¿Radicaría ahí la explicación de mis oscilaciones entre la comprensión al prójimo y el odio salvaje a mi vecino, entre el amor a los animales y el deseo de despellejar a mi gata, entre la conmiseración por los desgraciados de la tierra y mi desdén por sus inmundas costumbres, la comida que comen, las ropas que visten, la música que escuchan...? ¿Ve? A medida que escribo me invaden los sentimientos que describo... los negativos, sobre todo. Por eso quería preguntarle dos cosas... La primera si es posible, de verificarse que la otra alma aun esté adentro mío, realizar una extirpación de la misma, tipo una cirugía energética o algo por el estilo, y además si usted lo realiza. La otra pregunta es si, antes de someterme a la operación, ¿es posible determinar cuál de las dos almas soy yo? Ah... y cuál sería su tarifa...


jueves, 29 de julio de 2021

ANUNCIACIÓN

El primer suceso acaeció esta madrugada, cuando mi hijo tenía cinco años.

Él y yo sabíamos de la visita del Mesías. 

No una visita genérica, a la humanidad. Nos venía a visitar exclusivamente a nosotros dos, a nadie más.

Obviamente debíamos mantenerlo en secreto, hasta de mi mujer.

La anunciación la había dado, como corresponde, un ángel que adoptaba distintas formas.

Cuando vino esta última vez, acompañando al Mesías, se había convertido en nuestro perro.

Y el Mesías tenía la apariencia de mi hijo.

Alegaron que era para que mi mujer no sospechase nada, en el caso que los viese.

Mi perro salió a saludarlos y mi hijo estaba junto a mí, de modo que se duplicaban, por lo que me pregunté si era buena idea el camuflaje. Pronto veremos que no.

Empecé a charlar con el Mesías. La única diferencia con mi hijo eran unos ojos increíblemente celestes, tan celestes que herían.

Algo de la charla me hizo dudar –como a Hamlet- si no se trataba de un engañoso espíritu infernal.

Veladamente indagué, pero el Mesías-hijo cortó de cuajo cualquier suspicacia levantando el pulgar en señal de OK.

En ese momento algo me llevó a mirar a mi hijo verdadero, que también parecía desconfiar, y cuando volví la mirada a su doble, me estaba haciendo cuernitos.

Ahí entré ya en el territorio de la franca sospecha, que terminó de confirmarse con la irrupción de mi mujer que había bajado al baño (nuestro dormitorio se ubica en planta alta).

Somnolienta, hizo un primer registro del grupo y pareció que iba a seguir de largo. Pero enseguida advirtió que el fenómeno de duplicación no era producto de la duermevela, y pegó un grito ahogado.

El ángel-perro se transformó al instante en una alargada figura vagamente humana, toda de negro hasta los pies vestida, como el rey Felipe II, según Machado.

Pero lejos estaba éste de guardar la dignidad de un monarca, ya que rápidamente tomó a mi mujer por detrás, tapándole la boca.

En un último intento por sostener la apariencia beatífica, el Mesías-hijo me susurró: 

-Es necesario acallarla, entenderá. Habíamos quedado en que nadie más habría de saber de nuestra presencia.

El fulgor de sus ojos parecía ser un rayo que me atravesaba.

Decidí que ya no era momento para diletantismos acerca de naturalezas angelicales o demoníacas y pasé a la acción.

Acogoté al Mesías e intimé al ángel negro a que soltara a mi mujer, de lo contrario estrangulaba ahí mismo a su secuaz.

La amenaza surtió efecto.

Le ordené a mi hijo que abriese la puerta de calle. Tuve que repetir la orden, pobrecito, estaba como paralizado, tanto que había esperado al Mesías y mirá...

Por fin arrojé a mi falso hijo a la calle y tras él corrió la sombra negra.

Les grité:

-¡No vuelvan por acá, farsantes!

Mi perro, solidario, les ladró.

Cerré la puerta. 

Debía enfrentarme ahora a las preguntas de mi mujer.

lunes, 28 de junio de 2021

PASAMANOS

No sé, no soy yo quien va a corregir su examen, evaluarlo, ponerle nota, lo que sea que haya que hacer. Tampoco conozco a la persona que va a hacerlo, no tengo la menor influencia sobre ella. De modo que no trate de agradarme, no se esfuerce, soy un mero intermediario, una mano que toma de un lado y pasa al otro. Es más, ni siquiera sé si la paso al destino último, quizá haya varias manos más antes de llegar allí. Quizá el destino definitivo sea un basurero. Por un error del sistema, su examen se saltea una mano y cae al abismo, quizá todo esté programado para que sólo unos pocos lleguen al final, y se tome la decisión por influencias, por azar, por capricho. Cualquier cosa, menos por mérito.  Así que escriba zeta  o eme, que a mí no me importa en absoluto. Creo que tampoco a usted debería importarle. Quizá, en vez de devanarse los sesos, sea preferible que escriba frases inconexas, o graciosas. Quizá a alguien le cause gracia lo que escribe y decida elegirla por eso, ¿quién le dice? Cuanto antes ponga el punto final, antes nos iremos a casa, usted y yo. Cada uno por su lado, desde ya. Cada uno a su casa, ¿eh? No vaya a creer que eso fue una alusión velada de mi parte. Así como no me causa el menor interés su examen, tampoco me provoca nada usted como persona. Sería lo mismo que estuviese sentado ahí un perro o una hormiga o un elefante. Aunque pensándolo bien, un elefante rompería la silla y a una hormiga no la vería. A usted la veo. La veo, pero no la miro, se lo dejo en claro. La veo si mi mirada vaga por la habitación, y como en la habitación se halla incluida usted, entonces no puedo dejar de verla. En cambio, si mi mirada se detiene en ese punto de la pared que parece haber sido dejado por un clavo, ¿lo ve?... Sí, creo que ha sido un clavo que otrora sostenía un cuadro, porque la pintura se nota distinta si uno se fija atentamente, un rectángulo más pálido, que bien puede corresponderse al lugar de un cuadro. Unas flores, una naturaleza muerta, un paisaje, una marina. No sé si sabe que se denomina marina el tipo de lienzo relacionado con el mar, ya sea acuarela, acrílico, óleo o técnica mixta. Algo sé de plástica, sí. He leído. Por curiosidad, ¿eh? Por puro gusto. No sirve de nada. Al igual que no sirve de nada su examen y no servía de nada el cuadro colgado en esa pared, al punto que cuando lo retiraron nadie se ocupó en reemplazarlo, nadie lamentó su ausencia. Hasta es posible que se halle guardado en uno de estos armarios. Un día se venció el clavo que lo sostenía, se cayó al piso, se quebró el vidrio aunque no se llegó a romper del todo,  y alguien lo recogió con la idea de cambiarlo en otra oportunidad, lo dejó en un armario y se olvidó para siempre de él. O cada tanto lo recuerda y se dice: "tendría que hacer algo con ese cuadro...". Pero no hace nada. Suponga que yo me ausente un momento de este cuarto por alguna razón equis, un llamado de la naturaleza, póngale. Y una vez cumplido el requerimiento, me olvide que usted está aquí y cierre el edificio. Y que justo empiece el receso invernal y yo no retome mi actividad hasta dentro de quince días. Puede que en algún instante, una ráfaga, yo recuerde que la dejé aquí y me diga: "tendría que ir a abrirle para que se vaya...". Pero hace demasiado frío y rápidamente desecho la idea, prefiero olvidarla de nuevo y quedarme dormitando junto al calefactor, en pantuflas, con mi bata más gruesa y con el arrullo del televisor encendido. Afuera nieva, ¿quién podría reprocharme no salir a la intemperie, con semejante tiempo? Al volver, seguramente usted estaría muerta. De frío, de hambre, de sed. No hubiese podido escapar de forma alguna, porque este edificio se sella a cal y canto una vez cerrado. Bueno, no es exactamente que quede tapiado, es una forma de decir. Se torna hermético. También podría escribir algo hermético, se me ocurre ahora. De modo que nadie lo entienda. Menos aún quien lo evalué, pero por miedo de quedar como un idiota, en inferioridad de condiciones frente a usted, lo da por bueno, se lo aprueba. Nunca se sabe... Báh, escriba lo que quiera, total a mí qué me importa...

La dejo un momento, la naturaleza me llama...




lunes, 14 de junio de 2021

OPORTUNIDAD PERDIDA

En el kiosco de revistas lucían lujosas ediciones en italiano, a color y con tapa dura, de Correrías y Capicúa con historietas que yo jamás había visto. 

Cometí dos errores:

El primero preguntar: "Posso prendere una foto?". Lo correcto hubiese sido: "Posso fare" (de todos modos, el quiosquero -muy simpático- accedió de inmediato).

El segundo error, como me reprochó mi mujer, fué no comprar esos ejemplares.

Es tarde para enmendarlos. No puedo volver a Italia ni tampoco al sueño.


jueves, 27 de mayo de 2021

PÁGINAS NEGRAS

A lo largo de mi vida he leído, ojeado, miles de revistas. Ninguna como ésta. O al menos, como las páginas en negro pleno que voy a tratar de describir. Se trataba de una publicación picaresca. No Rico Tipo, pero del estilo, formato tabloide. Sabía muy bien el nombre y se me olvidó por completo. Lo curioso es que me acuerde del número exacto, el 112. También es extraño que esas dos páginas centrales fuesen de Mazzeo, el de Historias Tangueras, porque trabajaba para Torino, y no me viene a la cabeza ningún título editado por Torino -siendo que sacaba a los kioscos lo que te pudieses imaginar- relacionado a la picaresca. Tampoco tengo dudas de la autoría de Mazzeo porque aparte de que su trazo me resulta inconfundible, en una de las ilustraciones aparecía Caburito, su personaje más famoso. El lector atento habrá advertido la contradicción entre mencionar negro absoluto y la posibilidad de distinguir dibujos (además de Caburito,  una caricatura del gordo Troilo). Y la letra de un tango debo agregar. Todo muy propio de Mazzeo. El prodigio consistía en que depende la manera en que ubicases la revista respecto a la luz, se iluminaban sectores de la página. No las dos páginas, no siquiera una entera, sólo sectores y no siempre diferenciados. Una parte del poema, otra de la ilustración, nunca se podían ver completas. No se trataba de un vulgar truco de ilusión óptica donde sobre un mismo plano ves una cosa o ves la otra, no. Algo tan extraño como la vida, que cuando crees echar luz sobre un segmento de tu historia, se te oscurece lo otro. Algo parecido a un tango. 

miércoles, 26 de mayo de 2021

CUARENTENA (XV): SIEMPRE HAY UN CHARLATÁN DE FERIA

Tengo que confesar un feo hábito. Gasto a los vendedores telefónicos.

Son laburantes, no se lo merecen, ya sé. Pero también es cierto que te rompen la paciencia, que llaman en los momentos más insólitos, que están entrenados para resistir las negativas más amables. Gastarlos es preferible a lo que hacía antes, que era mandarlos a los gritos a lugares un tanto ofensivos.

Mi forma de burlarme varía con lo que me inspira cada interlocutor. La presentación de los vendedores es calcada, te saludan, se identifican con nombre y empresa y te preguntan con quién tienen el gusto de hablar. Yo puedo, por ejemplo, hacer un largo silencio que desconcierta al otro, hasta que emito un aullido espeluznante. Esa la uso con los tipos, porque las mujeres son más impresionables y temo provocarles un infarto. Ahora, de rotura de tímpanos no me hago cargo. Son gajes del oficio y deberían estar cubiertas por aseguradores de riesgo de trabajo.

En otras ocasiones, contesto amablemente, dejo que se explayen, hasta que quieren averiguar mi compañía de telefonía celular (en el 90 % de los casos, se trata de eso). Entonces yo replico interrogando sobre la marca de ropa interior que usan. Obvio que no entienden nada. Ahí es cuando paso a explayarme yo... considero que si me hacen una pregunta de índole personal, como la compañía de teléfono por la que he optado, tengo el derecho a que me correspondan con otra confidencia.

Ha pasado también que niego ser el titular de la línea, pero que enseguida lo llamo y los dejo esperando hasta que se cansan y cuelgan.

Cuando el celu te identifica el lugar de la llamada -Córdoba, pongamos por caso- les pido me comenten cómo está el tiempo allá, cómo los trata la pandemia, si los gorilas también se contagian.

Mi otro truco es el de las voces. Puedo citar la del correntino que no entiende bien lo que le dicen, o la del payaso que habla en verso. Esta última la uso con los de Movistar:

-¿Con quién tengo el gusto de hablar?

-Con el payaso Movistar, que si no cortás, te manda a cagar.

Recuerdo una operadora que se descostilló de la risa, y la seguimos un rato más. Buena onda la mina.

Ahora, el de esta mañana, rompió todos los esquemas.

Por empezar, la charla fué presencial. Lo hice subir al altillo y lo dejé que expusiese su propuesta. Se trataba del conocido esquema de venta piramidal de productos. Yo debía comprar un stock importante para comenzar, y al tiempo que vendía, reclutar a otros vendedores. A medida que éstos crecían en número, mis compras se abarataban pasando yo a proveerlos directamente, o sea me convertía en mayorista. Me mostré muy interesado y hasta entusiasmado por el negocio, lo que provocaba que el tipo se embalara más y más. Hasta que llegó el pero... Le revelé que yo estaba en proceso de fallecimiento, por lo que no podría hacerme cargo de la tarea por el momento. Una vez muerto, sí, porque iba a tener la libertad de movilizarme por donde quisiera, sin que me pidiesen permiso de circulación. Lo despedí en la escalera del altillo, haciéndole prometer que me contactaría no bien viese mi nombre en las necrológicas. Llamé a mi mujer para que le abriese la puerta de calle. Desde arriba, oí que el caradura intentó encajarle los productos a ella, mintiéndole que ya había arreglado conmigo y que eran doce mil pesos. Bajé justo cuando mi mujer, que siempre está dispuesta a pagar, le estaba entregando el dinero.

Arrebaté el fajo de las manos del tipo, y le espeté:

-Se lo dije bien clarito. Una vez que me muera, no ahora.



sábado, 17 de abril de 2021

SALIR A CAMINAR NO SIEMPRE ES SALUDABLE

Una tarde de otoño o primavera. 

Si lo pienso bien, me inclino por la primavera. No había hojas caídas. Quizá me confunde la luz crepuscular. De eso no tengo dudas, era la hora  del crepúsculo.

Podría ser en Campana, pero como a menudo ocurre cada lugar es muchos, se transforma, se amalgama con otros de la existencia.

Entonces, retomando o mejor dicho arrancando... caminaba en la tarde  crepuscular, posiblemente de primavera, por una calle semidesierta de Campana -o cualquier  ciudad-.

No acostumbro adjetivar pero permítaseme hacerlo con la caminata. Era apacible.

Una muchacha se cruzó en mi camino.

A todas luces, ella  había salido a caminar en el sentido que me lo prescribe mi médica. O sea, como único objetivo, sin ninguna carga, con la ropa adecuada.

Bueno... adecuada no, ya veremos.

La muchacha, que era bonita, me dedicó una profunda  (estoy adjetivando demasiado) mirada al cruzarnos.

Hace tiempo ya, por aggiornamiento a la corrección política en boga pero primordialmente por edad, que no me doy vuelta al paso de una mujer. Tal mirada lo ameritaba.

Ella también había hecho lo propio.

Es más... detuvo la marcha y se recostó en un árbol, siempre con la vista fija en mí.

Había en su actitud algo de la provocación de las ninfómanas fellinianas. Sin embargo, el rostro fresco  y la vestimenta de la muchacha, no se condecían con la oferta de una transacción comercial.

Por ese atávico mandato del macho, aunque herbívoro en el caso, como decía el General, volví sobre mis pasos hacia ella.

A medio camino, me espetó:

-¿No tenés elásticos?

Advirtiendo mi desconcierto por la pregunta, estiró la cintura del jogging, al tiempo que me explicó:

- Se me aflojaron todos.

Lamenté no estar munido de elásticos de ropa, y se lo dije.

Ella retomó la marcha mientras me contaba que había salido a caminar, cosa que era evidente, pero que constituía una invitación a continuar la charla.

La seguí mientras profería la obviedad que era una tarde ideal para hacerlo.

Me perturbó observar que el jogging, en efecto, se le deslizaba un tanto, dejando al descubierto la cintura.

Se hizo una pausa, y como un adolescente tímido no se me ocurrió otra cosa que preguntarle el nombre.

- Robisa –contestó.

No era que no la hubiese entendido, era lo infrecuente del nombre lo que me llevó a repetirlo.

- Ro-bi-sa –deletreó.

No alcancé a comentar nada. Ella se detuvo junto a un auto estacionado, que manejaba un muchacho de su edad.

- Bueno... me voy con mi novio, Dao.

Subió al coche.

Yo debía seguir mi camino, para disimular la frustración, pero advertí que la calle terminaba en una barranca.

Robisa es anagrama de briosa y de robáis. 

También de sobria.

Si me pusiese en poeta lírico escribiría, por ejemplo: "¿Briosa Robisa, por qué cruelmente me robáis el corazón?"

Más prosaico diré que ni en pedo una mina así me daría bola.


domingo, 7 de marzo de 2021

CUARENTENA (XIV): DIFICULTAD

Caminábamos con mi mujer por una calle de la ciudad de Essen, en Alemania, rumbo a registrarnos en un hotel.

Recuerdo sombrillas demasiado bajas en las terrazas de los restaurantes, que nos obligaban a agacharnos para pasar. 

Yo iba narrando el posteo de un contacto en Facebook. Llegados ya al hotel mi relato coincidía con el punto en que debía referir una grosería. Lamenté tener que bajar la voz, aunque curiosamente, en el original también se profería en voz baja. 

No estaba claro el sitio de la recepción. 

Podían ser dos. 

En un mostrador, tres empleadas aparentaban estar discutiendo. Quizá sólo hablaban fuerte, como suelen hacer los alemanes, al igual que italianos y argentinos.

En otro mostrador, una señora rubia, de rostro redondo, afable, muy alemán, se ocupaba en unas planillas. Decidí abordarla, con el pobre inglés que chapurreo. 

Para mi asombro, la señora dominaba un perfecto castellano. Hasta con acento argentino, se diría, tirando al cordobés.

Nos atendió con amabilidad. No bien comenzó a rellenar nuestra ficha (a mano), se equivocó en el año, consignó 2012. Se lo hice notar, al tiempo que comenté que resultaba extendida la dificultad en retenerlo. Y aventuré que podía ser por el temor que se repitiese el año anterior.

La recepcionista pareció reír con mi comentario. Una risa alemana convulsiva y ahogada que bien podía confundirse con el llanto. Era llanto.

Me explicó que ella lo había pasado muy mal durante el 2020, enumerando sus patologías de riesgo. Que no eran muy diferentes a las mías, pensé. No obstante, asentí varias veces durante su lamento, por cortesía.

Una mucama negra que escuchaba el diálogo, finalizado éste, hizo referencia a lo atinado de mi señalamiento.

Lo interpreté de inmediato como un reproche irónico por la reacción que había provocado en la recepcionista, pero me equivoqué.

- A todos nos cuesta escribir dos mil veintiuno- remató la mucama, entre extrañada y admirada.



viernes, 22 de enero de 2021

GUSTOS QUE UNO SE DA

Bailaba el tango con una señora de buen ver, a la que no veo desde hace muchos años. Y creo que bailé tango una sola vez en mi vida. Si eso ocurrió fue en el salón La Argentina, unas cuatro décadas atrás. De todas maneras, siempre fui un tronco bailando.

En esta oportunidad en cambio, mi compañera, que lo hacía de forma estupenda, propiciaba que mi paso fuese elegante y rítmico.

Pensaba, mientras disfrutaba del momento, que era injusto con mi mujer, a la que tanto le gusta bailar y nunca le doy el gusto.

La culpa y el placer, esos dos impostores...