domingo, 7 de marzo de 2021

CUARENTENA (XIV): DIFICULTAD

Caminábamos con mi mujer por una calle de la ciudad de Essen, en Alemania, rumbo a registrarnos en un hotel.

Recuerdo sombrillas demasiado bajas en las terrazas de los restaurantes, que nos obligaban a agacharnos para pasar. 

Yo iba narrando el posteo de un contacto en Facebook. Llegados ya al hotel mi relato coincidía con el punto en que debía referir una grosería. Lamenté tener que bajar la voz, aunque curiosamente, en el original también se profería en voz baja. 

No estaba claro el sitio de la recepción. 

Podían ser dos. 

En un mostrador, tres empleadas aparentaban estar discutiendo. Quizá sólo hablaban fuerte, como suelen hacer los alemanes, al igual que italianos y argentinos.

En otro mostrador, una señora rubia, de rostro redondo, afable, muy alemán, se ocupaba en unas planillas. Decidí abordarla, con el pobre inglés que chapurreo. 

Para mi asombro, la señora dominaba un perfecto castellano. Hasta con acento argentino, se diría, tirando al cordobés.

Nos atendió con amabilidad. No bien comenzó a rellenar nuestra ficha (a mano), se equivocó en el año, consignó 2012. Se lo hice notar, al tiempo que comenté que resultaba extendida la dificultad en retenerlo. Y aventuré que podía ser por el temor que se repitiese el año anterior.

La recepcionista pareció reír con mi comentario. Una risa alemana convulsiva y ahogada que bien podía confundirse con el llanto. Era llanto.

Me explicó que ella lo había pasado muy mal durante el 2020, enumerando sus patologías de riesgo. Que no eran muy diferentes a las mías, pensé. No obstante, asentí varias veces durante su lamento, por cortesía.

Una mucama negra que escuchaba el diálogo, finalizado éste, hizo referencia a lo atinado de mi señalamiento.

Lo interpreté de inmediato como un reproche irónico por la reacción que había provocado en la recepcionista, pero me equivoqué.

- A todos nos cuesta escribir dos mil veintiuno- remató la mucama, entre extrañada y admirada.



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