jueves, 24 de agosto de 2017

EL HIJO DE LA VEJEZ DE SUSANA GIMENEZ

Susana Giménez había tenido un hijo y se lanzaba en todo el país una campaña solidaria para ayudarla con los gastos que le insumiría la maternidad. Yo entraba en una farmacia a comprar un remedio para mi cuñado, pero inconscientemente pedía un pañal de Susana Giménez. Recién cuando me anoticiaban del precio -$ 1500-, caía en la cuenta que se trataba de una gigantesca estafa y así lo manifestaba.
Otro cliente, un extranjero que había entrado detrás de mí, comentaba que según datos de la UNESCO, la desnutrición infantil en la Argentina había disminuido sensiblemente, merced a la labor benéfica de Susana Giménez. Le replicaba que eso era falso. A partir de ahí los empleados de la farmacia comenzaban a ningunearme. Dejaban de atenderme para ocuparse del extranjero. Yo reclamaba por mi turno y por el medicamento que necesitaba. Me contestaban que allí no se vendían lotes de terreno. Yo insistía a los gritos que no había ido por un negocio inmobiliario, sino por mi remedio.
Por fin, una empleada me indicaba que la siguiese. Yo lo hacía. Ella salía de la farmacia y entraba en otro comercio ubicado a una cuadra. Yo la esperaba en la puerta. Al volver, traía un budín en la mano. Le preguntaba qué tenía que ver eso con mi pedido. No alcanzaba a escuchar la respuesta que musitaba, de espaldas a mí y regresando a paso vivo a la farmacia. Le pedía que me repitiese y ella hacía un gesto desdeñoso con la mano, lo que me enfurecía. Sacaba entonces una tijera y la perseguía, advirténdole que no se le ocurriese entrar en la farmacia, porque los mataba a todos. Ella se arrodillaba, suplicando por su vida. Yo le pasaba al lado, guardando la tijera y riéndome.
La escuchaba gritarle a sus compañeros de la farmacia que no había peligro, que yo era un genio por la manera en que la había burlado.