martes, 16 de febrero de 2016

LO QUE MATA ES LA REALIDAD, NO LA CALOR


Hoy hice una nueva excursión a pie al centro platense, en medio del abrasante (el nuevo slogan acá es "La Plata, ciudad que abraza") del mediodía. Salí de casa once menos cuarto y regresé casi cuatro horas después. Al llegar me pesé y había perdido un kilo. Claro que no todo fue trámites. En medio de oficinas, bancos y tribunales, hice tiempo para correrme hasta dos librerías de viejo.

En la primera tomé fotos de dos maravillosas tapas de don Lino Palacio, que como ya repetí varias veces, nunca deja de asombrarme. Una de ellas tiene la particularidad de ostentar título. 






También me encontré ahí con unas Billiken de principios de los '80, etapa en que se volvió a publicar bande dessineé. En esa época, con la excusa de comprarla para mis hijas, me devoraba las historietas, sobre todo los capítulos auto conclusivos de Arturito, provenientes de Pif. Me traje tres.




Camino a la otra librería vi en un kiosco el tomo dedicado a Gambartés en una colección que sacó La Nación el año pasado. Es un pintor que me fascina, no tenía nada de él, y estaba con el precio congelado en medio de la calor, así que lo compré también.





Llegado al otro local, no encontré nada de viejo que me interesase, pero le saqué foto a esta original portada de Humor que referencia a Patoruzú y que se me hacía en un principio con toques de Forín, tipo las de la Humi, pero me apuntaron Nine, y es probable que tengan razón. Lo cierto es que no es de Cascioli.



Ahora resulta que a raíz que me llevé Noches Blancas a Mar de las Pampas, y que mi mujer, una vez que lo terminé, también lo agarró para leer, empezamos a hablar de Dostoyevski. Yo le contaba que lo había descubierto en la adolescencia -junto con Arlt- y que me había deslumbrado. Pero que si bien volví muchas veces, a través del cine o la televisión (y hasta, creo, la historieta) a Crimen y Castigo, nunca más lo releí, como tampoco a Los hermanos Karamázov. Mi mujer no conocía estas novelas, así que quedamos en comprarlas, porque andá a saber en qué biblioteca mía se perdieron para siempre en el tiempo, o cayeron en las manos rapiñosas de mi hija mayor, lo que es peor. Anduve, desde la vuelta de las vacaciones, viendo precios que iban desde los 500 mangos, hasta los 60\70 de estos que finalmente adquirí en la segunda librería de viejo. 




La letra es chiquita, eso sí. Pero últimamente me vengo entrenando en la lectura con lupa, como hacía mi tío Felipe con el diario, en el antiguo kiosco Ramón de la calle Justa Lima, en Zárate. Los clientes tenían que esperar que él terminara el artículo que estaba leyendo, para que los atendiese.

En fin...son estas cosas las que ayudan a sobrellevar la existencia . No las oficinas, los bancos, o tribunales. Los diarios menos, por supuesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario