sábado, 14 de enero de 2017

EL POETA VALENCIANO

16 de octubre de 2015

Al contrario de muchos, creo que las visitas guiadas pueden ser útiles en lugares donde uno se va a quedar un tiempo. Eso permite volver a lo que te interese y no gastar energía en lo que no.
Ahora, si vas a estar un día en una ciudad, es preferible patear por las tuyas, que irte con la ilusión que la conociste, porque un guía te contó un par de boludeces.
Eso hice esta mañana, tempranito, en Valencia. Ubiqué en el plano el casco histórico, pregunté que bus podía coger -si decís agarrar, acá piensas que vas a pegar un zarpazo-, y me subí a él, rumbo a la Plaza del Ayuntamiento.
Planito y lupa en mano, acompañaba el trayecto del ómnibus (odio andar pidiendo que me avisen donde bajar, como si fuese un turista tarado), cuando un cartel luminoso en una parada me confundió, porque no coincidía con mis cálculos del recorrido que faltaba. Ahí capitulé y pregunté. Los españoles son muy amables y el señor mayor que estaba sentado delante mío no fue la excepción. Me confirmó que faltaba bastante, y que el error había estado en la interpretación del cartel, no del plano.
El venerable galaico siguió la conversación indagando sobre mi nacionalidad, y cuando se la dije, me repreguntó si comprendía bien el español.
Vaya a saber que brutal degeneración del idioma pensaría que practicamos en la Argentina. Eso si es que sabía que resulta común con el suyo.
Zafé, cortés, contestándole que si bien había muchos modismos diferentes, lo entendía perfectamente.
Aprobado que fuese el examen de lengua, pasa a preguntar si me gusta la poesía.
Respondo que sí, que admiro a poetas españoles, como... no alcanzo a mencionar ni a Lorca, ni a Machado, ni mucho menos a Alberti o Alexaindre, que se presenta como poeta y acto seguido pasa a descerrajarme dos piezas de su autoría.
La primera versaba sobre la madre, y terminaba advirtendo que se la debe honrar tanto viva como muerta.
La segunda relataba las penurias de los ancianos, privados del afecto de los hijos, que terminan abandonándolos en un geriátrico, único lugar donde encuentran algún solaz, entre personas de su misma edad.
La de la madre la recitó con mucho sentimiento, haciendo pausas estudiadas para causar efecto, y poniendo énfasis en los pasajes preceptivos. La otra, si bien la empezó de igual manera, comenzó a acelerarla de pronto, sin lógica, tipo Pinti, lo que me hizo pensar que estábamos llegando a mi parada.
Efectivamente, con el último verso, el bus se detiene, y casi sin aliento, el señor me indica que debo bajarme.
Mientras lo hacía, me gritaba que hoy actuaba no se en dónde, que me invitaba a verlo.
Estas cosas no te pasan en los tours...



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