sábado, 17 de diciembre de 2016

EL BOSCO


El teatro, casi inmediatamente, me llevó a la pintura. Y empecé a hacer teatro de muy pibe, con Ghelderode, que es como decir El Bosco. A los quince años, ya conocía casi toda su obra. Tardé mucho, eso sí, en apreciar algún original suelto, y recién este año, al filo de los sesenta, con la muestra monumental del quinto centenario, creo terminar de entenderlo. 
Tanto se ha hablado de secretos heréticos o alquímicos desparramados aquí y allá en sus cuadros. A mí por el contrario, siempre me pareció que estaba todo a la vista: hombres y bestias transmutados entre sí, o en frutos, piedra, objetos...
La novedad, el matiz descubierto ahora -quizá evidente para otros-, es la simultaneidad. Durante el camino al Calvario, alguien permanece indiferente, otro hace un comentario banal. Los demonios dialogan con los condenados, cooperan unos con otros inclusive.
Muestro apenas dos detalles, pero podría citar cientos de ejemplos...
No admiro a El Bosco, como a otros pintores, por la pincelada, la composición, la luz, el color, la maestría técnica... Lo que me fascina es que crea un mundo único. Tan distinto y tan igual al nuestro. Un mundo donde está todo mezclado. 
El Bosco -moralista en apariencia- nos dice que Cielo e Infierno están muy cerca. Que agua y fuego, que vegetal, mineral o animal, pueden ser la misma cosa. Que lo monstruoso y lo sublime coexisten. Que nuestra naturaleza viene del Caos inicial y retorna fatalmente a él.



No hay comentarios:

Publicar un comentario