Dos gemelos, nietos de uno de los tantos experimentos
llevados a cabo por el Dr. Mengele en Auschwitz, llevan al extremo el ideal de
la pureza de la raza aria y se casan entre sí. Para eso emigran a la Argentina,
con documentos falsos y se radican en la ciudad de La Plata (de todo esto nos
enteramos después). Tienen una hijita hermosa, rubísima, de ojos celestícimos,
que producto de lo degenerado de su estirpe apenas si sobrevive unos pocos
años. Los suficientes para hacer el primer nivel en un jardín de infantes, cercano a Plaza
Rocha, pongámosle. La chiquita muere durante las vacaciones de verano. Sin
embargo su madre, Frau Anke (anque no sabemos su nombre real, ese nombre le pondremos),
reiniciado el ciclo lectivo, concurre cada tarde a pararse en la puerta del
establecimiento educativo a esperar la salida de su pequeña Brígida (nombre que
sí sabemos, pero que no es éste, no nos parece de buen gusto revelarlo). Frau Anke,
cuando se produce el desbande diario de los niños, se retira tomando de la mano
una criatura imaginaria, y preguntándole cómo le ha ido en la clase. Por
supuesto, es el comentario de todas las madres, que conocen la historia y la
compadecen. De todas, menos de una, por naturaleza antisocial, que no se
relaciona nunca con las demás, y espera a su hijo rubísimo, de ojos celestícimos,
enfrascada en la pantalla de su celular donde consulta su Facebook o chatea por
whatsapp con sus amigas. Frau Anke posa sus ojos en ella. Decide que su pequeño
hijo, rubísimo, de ojos celestícimos, será
un digno esposo para su Brígida. Resta saber si la madre despistada puede
llegar a ser una consuegra apropiada. Se acerca un día a ella (le pondré
Juliana a la otra madre, para también preservar su identidad) y comienza una
charla banal que deriva en el tema comidas. Frau Anke se jacta de su budín
hamburgués, y Juliana comenta un “qué rico” de cortesía. Al otro día, Frau Anke se le aparece con un
enorme trozo del pastel, que verdaderamente era muy rico.
La simpatía de la teutona logra romper la distancia que habitualmente Juliana
mantiene con las demás mamás del jardín e intercambian números de celular.
Un día, Juliana recibe la invitación
para su nene al cumpleaños de Brígida. Decide aceptar, lo lleva hasta la
dirección consignada y lo deja en las mismas manos de Frau Anke, que recibe al
pequeño con afecto. Cuando regresa a su casa, su marido (pongámosle Pib) le
pregunta dónde había estado. Juliana le responde. Pib, que muchas veces había
suplido a Juliana en la tarea de llevar o retirar a su hijo del jardín, y que
sí habla con las mamás de los compañeros, ya que a diferencia de Juliana es muy
sociable, le responde que está equivocada, que no puede ser, que Brígida murió
el verano pasado. Y que la pobre Frau Anke todas las tardes… Es el punto en que
ambos comprenden el siniestro error cometido y salen a toda furia, a todo
trueno, hacia la dirección del cumpleaños. Con el segundo timbrazo, aparece
Frau Anke sonriente y asombrada, porque todafía no es la horra, perro pasen,
pasen, así frueban mi fudín hamfurgés… Juliana
y Pib, no bien ingresan, oyen el llanto de su pequeño hijo. Lo encuentran sentado a
la mesa del comedor, mirando aterrado a su izquierda. El enorme fudín
hamfurgés oculta el extremo de la mesa
hacia donde dirige su mirada el nene. Pero detrás de la torta se ven asomar unas
guedejas amarillentas. El aire está impregnado de un olor hediondo...
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