domingo, 27 de septiembre de 2020

CUARENTENA (XII): COINCIDENCIAS Y CRUCES

Estoy sentado en el umbral de una casa, que en realidad son dos casas en las que habité y quise mucho. No me refiero, claro, a la edificación, sino a los acontecimientos, las historias, que me sucedieron en esos lugares de dos ciudades distintas, pero cercanas. Curiosamente, ambas tenían dos plantas y en  ambas viví en la superior. Pero este umbral da directamente a una estación ferroviaria y recién ahora asocio que uno de esos dos departamentos se situaba frente a las vías del tren.  

Sentado allí, de tarde, espero un tren.

Veo  aparecer en el andén a Cacho Bidonde, mi primer maestro de actuación en Capital, casi cuarenta años atrás.

Lo chisto, lo saludo, le digo que hace muy poco soñé con él parado en el andén de Retiro. Mucha atención no le presta al comentario y me presenta a dos actores que lo acompañan. Portan distintivos de un encuentro de teatro. Uno de ellos se pone a contarme –sin que viniera a cuento en absoluto, típico de actor- de un proyecto que está  ensayando.

Le pregunto por los protocolos, los recaudos que se toman  en los ensayos. El tipo se desconcierta un poco. Caigo en la cuenta que ninguno de los tres  lleva barbijo.

Me contesta que uno se puede contagiar en cualquier parte. Me doy cuenta al toque que milita en el negacionismo y replico que respeto si no cree en la peligrosidad del virus, en que puede resultar letal para ciertos grupos de riesgo, pero que en tal caso no tenemos mucho para conversar.

El actor del "proyecto" cruza al andén de enfrente donde está montado un equipo de sonido, un micrófono, un banquito y una guitarra. Se sienta, pulsa las cuerdas  y comienza a improvisar una payada sobre la mentira de la pandemia.

No me interesa escucharlo. Insisto con Cacho sobre el tema de la rara coincidencia de este encuentro con mi sueño y me surge un vínculo vago con algo que me había sucedido en la vigilia. 

Cacho y el otro actor se me acercan demasiado para hablar, lo que determina que cierre la puerta de calle y me disponga a esperar el tren sentado en la escalera.

Me quedo dormido.

Cuando despierto y salgo de nuevo al andén, luce desierto. Anocheció,  todo está oscuro, entiendo que ya pasó el último tren.

Contrariado, pienso qué medios alternativos tengo, cuando me surge la pregunta de dónde debo ir y para qué.

Repaso mentalmente los lugares, las ciudades, a las que solía trasladarme antes de todo esto y concluyo que en ninguna de ellas tengo nada para hacer, que no debo viajar a ninguna parte.

Tanteo en los bolsillos y ubico con alivio las llaves del auto.

Empieza  a llover y pienso: "Menos mal que no vine en bicicleta", lo cual es extraño porque nunca aprendí a andar en bicicleta. 

Rumbo  a buscar el coche, me cruzo con una chica rubia, muy alta y robusta, que corre por el medio de la calle. Recoge su vestido de novia, para que no se le ensucie. Luce contrariada. Detrás corre también un grupo de personas emperifolladas, supongo sus familiares. 

Se me ocurre que dentro de unos años recordarán divertidos este casamiento en medio de la lluvia y la pandemia.

Subo al auto, y libre ya de cualquier preocupación, me dispongo a volver a casa.


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