martes, 19 de mayo de 2020

CUARENTENA (V): VISITAS TEMPRANAS


Esta gente vino demasiado temprano. Hago mal en referirme a ellos como "esta gente", son dos amigos, pero la verdad es que vinieron demasiado temprano. No es que no tuviésemos una cita, sé que los había invitado... al menos a uno de ellos, al otro no recuerdo. Pero no este día, menos a esta hora. Era una cita vaga, para algún momento, cuando terminase la pesadilla. ¿Qué me iba a imaginar yo que en medio de la pandemia iban a hacer un viaje tan largo? Viven muy lejos, deben haber salido en noche cerrada para estar acá, en La Plata, ahora, de madrugada casi. Y con todos los inconvenientes que significa tomar transportes en cuarentena, permisos, transbordos, esas cosas. No es que me disguste que hayan venido, me toman de sorpresa, simplemente. Encima mamá y papá duermen en la otra habitación y ellos hablan alto, ríen, como es normal cuando se produce el reencuentro entre viejos amigos, no da para pedirles que bajen el tono. Trato de encauzar la conversación por canales más apacibles, le comento, le muestro al que sí estoy seguro de haber invitado, dos libros que él me recomendó. Los ojea un tanto despectivo, como si ya no le generaran entusiasmo, y yo para mis adentros me digo: "¿para qué me los recomendó si no le parecen tan buenos?" Me causa un poco de bronca esa situación. Entonces le pregunto al otro cómo era esa antigua anécdota de cuando me iba a visitar a Zárate y después pernoctaba en un bar de mala muerte, casi un prostíbulo diría. Él cuenta que cierta noche, de vuelta de mi casa, paró allí a tomar unas ginebras y se quedó dormido sobre la barra. En sueños, Hans, el alemán dueño del prostíbulo –era un prostíbulo, nomás- lo invita a pasar la noche junto a una de sus pupilas. Me distraigo en el relato porque me asalta la preocupación que no estoy preparado para convidarlos, quizá más tarde, cuando abran los pocos negocios en actividad, pueda ir a comprar unos ravioles. ¡Y vino! No tengo vino desde que ando con un problema de encías y leí por ahí que el alcohol las inflama, entonces prefiero no tener hasta que supere la afección, porque si tengo me lo tomo, no hay caso. Cuando vuelvo al relato, entiendo que me perdí un eslabón, porque mi amigo despertó efectivamente en una cama del prostíbulo abrazado a una hermosa rubia de cabellera larga y sedosa (así lo expresa él, poéticamente). Y en consonancia con ese remate pasan dos empleados de la panadería de Boedo y San Juan y se meten en el dormitorio a despertar a papá porque ya es hora de abrir el negocio. No me parece bien esa intromisión de los empleados en la intimidad de mis padres, sobre todo no siendo mi viejo el dueño de la panadería. Antonino Ciaurriz era el dueño, un español muy rígido, pariente lejano por parte paterna –raro, mi familia es de ascendencia italiana-, que cuando me dejaban ahí por temporadas enteras –un invierno entero, una primavera entera- porque mamá debía cuidarlo a papá en una de sus largas convalecencias de terribles cirugías mayores, entonces, en esas estadías, decía, Antonino Ciaurriz se enojaba al yo encapricharme en no tomar la sopa, y mi tía Herminda, su mujer (yo los llamaba "tíos", a falta de otra denominación) me defendía, y derrotado, Antonino Ciaurriz sentenciaba de esa forma en que sólo puede sentenciar un español –tan vigorosa, tan concluyente, tan enfática, que la frase se me grabó para toda la vida-: "este niño os va a cagar a todos en la boca algún día". La cuestión es que ahora, acá, este día, esta mañana con mis amigos, la terrible admonición me importa poco, porque siendo mi papá el dueño de la panadería –efectivamente lo es, veo que se levantó y está yendo a subir la persiana- habrá al menos medialunas recién elaboradas para ofrecerles, con humeantes tazones de café con leche, como aquellos de la infancia en San Juan y Boedo, pero en mi casa de La Plata, sin necesidad de moverme más que unos pasos, hacia el comedor, donde se encuentran las enormes canastas de pan y facturas calentitas, pasen, pasen amigos, tengo para convidarles el más maravilloso de los desayunos a modo de compensación de tan largo viaje, a modo de agradecimiento por la temprana visita.



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