Esta gente vino demasiado temprano. Hago mal en referirme a ellos como
"esta gente", son dos amigos, pero la verdad es que vinieron
demasiado temprano. No es que no tuviésemos una cita, sé que los había
invitado... al menos a uno de ellos, al otro no recuerdo. Pero no este día,
menos a esta hora. Era una cita vaga, para algún momento, cuando terminase la
pesadilla. ¿Qué me iba a imaginar yo que en medio de la pandemia iban a hacer
un viaje tan largo? Viven muy lejos, deben haber salido en noche cerrada para
estar acá, en La Plata, ahora, de madrugada casi. Y con todos los
inconvenientes que significa tomar transportes en cuarentena, permisos,
transbordos, esas cosas. No es que me disguste que hayan venido, me toman de
sorpresa, simplemente. Encima mamá y papá duermen en la otra habitación y ellos
hablan alto, ríen, como es normal cuando se produce el reencuentro entre viejos
amigos, no da para pedirles que bajen el tono. Trato de encauzar la
conversación por canales más apacibles, le comento, le muestro al que sí estoy
seguro de haber invitado, dos libros que él me recomendó. Los ojea un tanto
despectivo, como si ya no le generaran entusiasmo, y yo para mis adentros me
digo: "¿para qué me los recomendó si no le parecen tan buenos?" Me
causa un poco de bronca esa situación. Entonces le pregunto al otro cómo era
esa antigua anécdota de cuando me iba a visitar a Zárate y después pernoctaba
en un bar de mala muerte, casi un prostíbulo diría. Él cuenta que cierta noche,
de vuelta de mi casa, paró allí a tomar unas ginebras y se quedó dormido sobre
la barra. En sueños, Hans, el alemán dueño del prostíbulo –era un prostíbulo,
nomás- lo invita a pasar la noche junto a una de sus pupilas. Me distraigo en
el relato porque me asalta la preocupación que no estoy preparado para
convidarlos, quizá más tarde, cuando abran los pocos negocios en actividad,
pueda ir a comprar unos ravioles. ¡Y vino! No tengo vino desde que ando con un
problema de encías y leí por ahí que el alcohol las inflama, entonces prefiero
no tener hasta que supere la afección, porque si tengo me lo tomo, no hay caso.
Cuando vuelvo al relato, entiendo que me perdí un eslabón, porque mi amigo
despertó efectivamente en una cama del prostíbulo abrazado a una hermosa rubia
de cabellera larga y sedosa (así lo expresa él, poéticamente). Y en consonancia
con ese remate pasan dos empleados de la panadería de Boedo y San Juan y se
meten en el dormitorio a despertar a papá porque ya es hora de abrir el
negocio. No me parece bien esa intromisión de los empleados en la intimidad de
mis padres, sobre todo no siendo mi viejo el dueño de la panadería. Antonino
Ciaurriz era el dueño, un español muy rígido, pariente lejano por parte paterna
–raro, mi familia es de ascendencia italiana-, que cuando me dejaban ahí por
temporadas enteras –un invierno entero, una primavera entera- porque mamá debía
cuidarlo a papá en una de sus largas convalecencias de terribles cirugías
mayores, entonces, en esas estadías, decía, Antonino Ciaurriz se enojaba al yo
encapricharme en no tomar la sopa, y mi tía Herminda, su mujer (yo los llamaba
"tíos", a falta de otra denominación) me defendía, y derrotado,
Antonino Ciaurriz sentenciaba de esa forma en que sólo puede sentenciar un
español –tan vigorosa, tan concluyente, tan enfática, que la frase se me grabó
para toda la vida-: "este niño os va a cagar a todos en la boca algún
día". La cuestión es que ahora, acá, este día, esta mañana con mis amigos,
la terrible admonición me importa poco, porque siendo mi papá el dueño de la
panadería –efectivamente lo es, veo que se levantó y está yendo a subir la
persiana- habrá al menos medialunas recién elaboradas para ofrecerles, con
humeantes tazones de café con leche, como aquellos de la infancia en San Juan y
Boedo, pero en mi casa de La Plata, sin necesidad de moverme más que unos
pasos, hacia el comedor, donde se encuentran las enormes canastas de pan y
facturas calentitas, pasen, pasen amigos, tengo para convidarles el más
maravilloso de los desayunos a modo de compensación de tan largo viaje, a modo
de agradecimiento por la temprana visita.
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