Acabo de volver de la reunión de consorcio de un edificio que otrora habitaba el medio pelo platense, casi todos profesionales liberales ellos; los maridos, digo, que ya han muerto; muy posiblemente en gran parte porque sus esposas le hacían la vida imposible.
Son ahora esas viudas las que asisten a las reuniones,
espantajos, espectros de una clase media media que se enjoyaba, empielaba en
tapados, emperifollaba apestando a Max Factor saturado en ágapes de poca
monta, que imaginaba de la high society, dignos de la revista Gente,
porque en esa época ni existía Caras.
Viudas chotas, viudas de mierda.
Una viuda sobre todo.
Hoy se repitió exactamente una escena pre-pandemia.
Llego yo, hundo el culo en el mejor sillón del hall de
entrada, justo enfrente de los ascensores, con mis desteñidos pantalones
cortos, mi remera enorme sudada, mis Crocs por las que asoman los dedos gordos,
es decir especialmente lookeado para la ocasión. Con la barba más hirsuta que
lo aconsejable además.
Cae la vieja del caso, sale del ascensor, saluda en tren Miss
Simpatía con su dentadura postiza reluciente, recorriendo con la mirada el
auditorio. Termina sintonizando en mi persona. Yo le clavo los ojos y ahí los
dejo.
No me recuerda, es evidente, y como en un dejá vu percibo cómo crece su sospecha que comienza
con apenas disimulados cuchicheos con las vecinas cercanas.
-¿Quién essss essssste ssssseñor? ¿Lo conocen?
Las otras viejas, un poco menos decrépitas que ella, eluden. Es entonces que el mamarracho me interpela directamente, sin perder
nunca el rictus de sonrisa pesadillesca.
-Perdón, señor...¿usted de qué piso es?
Espeto como para un auditorio diez veces mayor:
-¿Usted es policía?
No sabe qué contestar, vacila buscando algún apoyo,
-Yo le pregunto porque ésta es una reunión de
propietarios... ¿usted es propietario?
-No. La puerta del edificio estaba abierta, vi gente,
parecía fresquito... entré.
No termina de captar si hablo en serio o no. Continúo implacable:
-Este mismo diálogo lo tuvimos hará unos tres años.
Intenta sonreír más, pero como la dentadura tiene estrecho
margen de maniobra, le es imposible:
-¿Ah, sí? No lo recuerdo.
-Yo sí me acuerdo de usted, es la que no paga el agua.
Le adivino la réplica automática de antaño y eso que la pega a mi pie:
-¡Nadie la paga!
Saltan varias/varios: "¡Yo sí la pago!". Los
acompaño:
-Yo también. Su argumento era que iba a pagarla cuando los
demás la pagasen. Ya ve, la pagamos muchos y usted sigue en la misma tesitura.
Emite unas risitas nerviosas y por fin se sienta y se calla.
Por poco tiempo.
Fui a la asamblea porque se votaba la continuidad del actual
administrador que estaba más para renunciar que para otra cosa, según me había
adelantado en privado, y es el único administrador eficaz y honesto de todos
los que conozco.
Intuía que tenía problemas con las momias, aunque él nunca
las individualizó en las charlas que mantuvimos.
Era el primer punto a tratar. Hace un introito aclarando admonitoriamente
que si continuaba en funciones se iban a canalizar las decisiones en él y sus
colaboradores.
Salta la vieja, quiere que oiga la otra campana. La suya.
Pesada.
Un enredo absurdo respecto al riego de unas plantitas, las
semillas que había que inundar para que crecieran, la manguera que ella compró,
su intervención en todo, la manguera que se zafa, el enfrentamiento con el
encargado que la reta cuando vuelve del hospital (no la dejaron internada,
lástima), no entiende que a ella no la puede mandar porque es pro-pie-ta-ria -le gusta repetir y recalcar la palabra- y ama el edificio y le gusta verlo lindo y todo lo hace por todos y y y...
Intento cortarla, el administrador me pide que la deje
porque como no podía ser de otra manera los problemas venían por ese lado.
Ostentosamente saco el celular y me pongo a mirar
boludeces.
Cuando la viejjj.a hace una pausa para respirar, el
administrador le refuta uno por uno los puntos, frenando nuevos embates de
interrupción.
Me apuro a pedir que habiéndose disipado cualquier duda
acerca de quién detenta la autoridad, se vote.
La mayoría se pronuncia junto conmigo por la continuidad de
la actual administración.
Ratificada que es ésta formalmente me pongo de pie, saludo
en general.
En particular aplaudo al ánima en pena:
-¡La felicito, señora! ¿Por qué no se dedica al stand-up?
Ante el silencio grupal, me retiro con paso marcial.
Victorioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario