viernes, 22 de noviembre de 2019

TRAGALIBROS

La Biblioteca José Ingenieros se mudaba o cerraba, no era claro. Ya se corrían libros, estanterías, mesas, escritorios, sillas. Y el piano. Y una tragaperras que no recuerdo hubiese estado nunca allí. Yo detenía el traslado para hacer una última jugada, sin ficha alguna. Los rodillos se clavaban en los tres siete y la máquina expulsaba un aluvión impresionante de monedas. Marcaba sin embargo un premio que no era la gran cosa, apenas cuatrocientos pesos. Pasa que la gran mayoría de las monedas era de diez centavos. Me preguntaba -aparte de la forma de transportarlas- dónde carajo las iba a cambiar.


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