Atravieso por una etapa que no identifico si es de fatiga
mental o de envejecimiento de las neuronas. O peor aún, comienzos de un
Alzheimer o algo así.
Es difícil saberlo porque los síntomas son raros.
Me viene preocupando una especie de dislexia numérica que me
sucede a menudo y que no tiene que ver con las operaciones matemáticas en sí,
sino con cambiar el orden de una cifra. Si debo transcribir "1540" pongo
"1450". Debe haber un nombre específico para ese problema.
Por otra parte comenzaron a ser recurrentes ciertas
asociaciones caprichosas. Un ejemplo es ir a lavar platos a la pileta de la
cocina y surgirme la imagen de una situación del pasado que nada tiene que ver.
Y cuando no aparece, me pregunto la razón de la ausencia.
Y la memoria, claro. Tengo lagunas con nombres y hechos pretéritos.
Aunque a mi edad, como bien puntualizaba Borges, los recuerdos son ya recuerdos
de lo recordado, con las consiguientes distorsiones e incongruencias.
Es cierto que me ocupo de temas de muy distinta índole y eso
puede generar un grado de estrés mental. Paso sin transiciones del derecho a la
historieta, a la administración, a la construcción. al teatro. Al teatro menos,
en la actualidad.
Me permití descansar en estos días.
Tomé hace un rato –excepcionalmente- dos tazas de café en un
desayuno tardío. Creo que lo hice más para prolongar una actividad que por real
ganas. Una vez leídas las noticias no sabía cuál iba a ser la actividad
siguiente. No tener obligaciones puede parecer un estado ideal, pero no lo es
tanto. Ayer no salí de casa, leí en bata durante todo el día "Cómo polvo
en el viento", de Padura. Me evoca una Cuba a la que me gustaría volver,
lo mismo que algunos sitios de España que también aparecen en la novela. A más
de, por supuesto, que Padura siempre resulta interesante.
Me han corregido en un texto que me solicitaron para un
libro la expresión "a más de", que uso con frecuencia, sustituyéndola
por "además" que a mí me suena muy prosaico, pero bueno... se ve que
me he vuelto arcaico hablando y escribiendo.
Días pasados le explicaba a mi nieto mayor que mi léxico no
se corresponde exactamente al de mi generación, porque me he apropiado de
términos y modismos de otras anteriores. Le he robado a Bioy, por caso, los
términos "aparente" y "tortita guaranga". Bioy escribía que
tal lugar era aparente, como metonimia o sinécdoque –nunca voy a terminar de
diferenciarlas, y que no venga nadie a intentar explicármelo porque lo saco
cagando- de lo que se ve bien, que tiene buena apariencia, no de lo que muestra
un aspecto engañoso. Y sustituía guaranga por negra, que sería palabra de mal
gusto para aplicar a la comida en la clase alta de principios del siglo pasado.
Y ya que la digresión se ha hecho extensa, agrego que
"suspiros de monja" es un erróneo eufemismo –mojigato o pícaro- de
"bolas de fraile". La pieza de panadería toma esa denominación por
semejanza en su tamaño y forma esférica a la coronación del lazo que ceñía la
cintura de los monjes. Otro intento de sustitución del nombre de la factura, pretendidamente
culto, es "borlas de fraile". También equivocado, porque una borla
termina en flecos, lo que no se observa en el referido cinturón del hábito.
Y volviendo al tema, si de llamar a las cosas por su nombre
se trata, cualquiera diría que lo mío se rotularía lisa y llanamente como
vejez.
Me resisto a ello. Parece un lugar común, pero resulta
comprobable que la vejez no es una cuestión solamente de edad. Conozco gente
joven que es vieja. Porque cree que su modus vivendi, sus saberes y
convicciones son absolutos, sin siquiera imaginar que está encerrada en un
estrechísimo e inconmovible paradigma. Son personas tan viejas, cerebralmente hablando,
como lo era la mayoría de la gente que conocí en la infancia, mi padre incluido,
pobre. La diferencia es que él no ostentaba la soberbia de éstos.
Comenzaré a ser viejo –salvando lo apuntado sobre la
posibilidad de un deterioro neuronal- cuando deje de tener curiosidad sobre el
mundo y de entusiasmarme con los descubrimientos que de tanto en tanto me
ocurren.
La nota de Primera Plana encontrada hace unos días, que
motivó un posteo en mi blog de historietas, aplica ajustadamente a mi
argumento.
Me provocó un entusiasmo que hace tiempo no experimentaba en el
campo de la historieta. Aun a sabiendas que podía compartirlo con un
estrechísimo clan que entendiera la importancia del hallazgo.
Esta generación de millennials de la que hablo opera al revés:
rastrea temas u objetos que puedan despertar el interés de sus congéneres.
Genera opiniones o pseudo reflexiones con la intención de captar la atención –no
importa si negativa o positivamente- de los demás. Busca el like o la polémica,
mientras permanece aséptica a toda posición propia, diluyéndose en gustos o
rechazos ajenos y sintiéndolos un triunfo cuando los concentra y acumula.
Estudié un tiempo, hasta que me hartó, a un espécimen perteneciente
a la categoría que se llama a sí mismo "artista de redes". Lo hice
porque lo considero un modelo perfecto de esta concepción de la existencia.
Bauman habla de una modernidad líquida y ubica su raíz –simplificando
mucho- en el pánico a no estar preparado para que las cosas cambien. Se adopta
por lo tanto la decisión de no aferrarse a nada. Ni a personas, ni a
costumbres, ni a conceptos.
Vengo de una generación que estaba preparada para ser
flexible, pero que no temía la toma de posición en cada momento
socio-histórico. Sigo ejercitándome en ello. No me niego a los cambios. Pero
que no me pidan que los admita sin aplicar previamente el pensamiento crítico.
Esa supuesta flexibilidad de los millennials, que abraza de inmediato todo lo que está en boga sin pasarlo por el tamiz de la propia reflexión, es
paradójicamente –repito- un modelo de conducta cerradísimo. Y cargado de
cinismo y deshumanización, en tanto rehúye cualquier tipo de compromiso
intelectual, ético e incluso afectivo.
No sigo porque me gana el asco.
El tema era que habiéndome propuesto tomar un descanso, y
agotadas las posibilidades de paseos, lecturas y series en Netflitx (que
reservo para horas de la noche) me quedaba solamente escribir. Claro que
escribir, genéricamente, es uno de mis trabajos.
Pero no el de escribir despreocupado de la extensión y del
tema. Escribir lo que se me dé la gana, sin importarme un carajo si se me lee o
no, como en el presente.
Al que haya llegado hasta acá mis disculpas por hacerle
perder el tiempo en nimiedades autorreferenciales y mis deseos que disfrute de lo que queda de esta
última tarde de feriado invernal.